La cola
advertía la equivocación del calzado de Irene y la duda sobre la motivación de
Ángel por seguir allí. Yo utilizaba el tiempo pensando qué iba a decir cuando
la tuviera enfrente. Desde hacía ya tres años, conocía y amaba su obra, y cada
vez que había una noticia sobre su regreso a Valencia…. la leía al día
siguiente.
Así que cuando por casualidad escuché
que mi primo segundo, un genio del marketing
y la publicidad, estaba preparando algo para una amiga suya y descubro que su “pelirroja
favorita” es mi Paula Bonet y su “algo”, la presentación del último libro que
ha ilustrado, creí morir. Obviamente me repuse de inmediato porque morir
sabiendo que podía conocer a mi ídolo es de idiotas.
Así que más viva que nunca y
totalmente interesada, llamé a mi primo para acercar el grado de
consanguinidad y con ello conseguir una
cita con la estrella del momento. Hay que cultivar bien las relaciones si
quieres sacar algo a cambio, y ésta había estado en barbecho bastante tiempo. Aun
así, se mostró encantador cuando insistió en que era una exposición abierta al
público y que en algún momento tal vez podría presentármela.
Y hasta allí nos dirigimos tres
amigos que habíamos compartido noches de peligro, robando los carteles
ilustrados por los que se hizo famosa, deseando tenerla cerca para poder
contarle lo mágico que nos parece su mundo.
La cola avanzaba y con ella la
preocupación de mis acompañantes: Irene, además del suyo, tenía el encargo de
comprar un ejemplar a su hermana, otro a su mejor amiga y otro al chico que le
gustaba y no sabía bien qué decirle a la autora para que cada dedicatoria fuera
lo más personal posible; Ángel, por su parte, había decidido probar todos los
vinos que sacaban los del catering para llevar mejor la espera y acabó
utilizando cada ilustración del libro comprado, para repartir su número de
teléfono a las estudiantes de Bellas Artes que encima le reían la gracia, sólo
porque está bueno y lleva gafas de pasta.
Así que tomé las riendas de la situación
y puse orden. Hablaría yo y ellos se mantendrían silenciosamente sonrientes. No
habría ningún comentario sobre los carteles robados, ni las tetas de la Bonet
ni descripciones eternas sobre para quienes van los libros. Tampoco estábamos
ahí para vender nuestro momento
a Facebook o Instagram y éramos lo
suficientemente mayores como para que se nos diferenciara de todos los
estudiantes que estaban allí mismo. Éramos fans, no fanáticos.
En cuanto nos tocó, nos aproximamos
al mostrador y pasó algo increíble: mis extremidades comenzaron a temblar y los
libros cayeron al suelo. Cuando miré hacia abajo desconcertada, atisbé en el
interior de mi bolso, una manga de la camiseta que ya no recordaba había metido
por la mañana. Fue lo primero que me compré de ella con la ilustración “Soy de
Ruzafa”. Mientras Irene intentaba recoger los libros lo más rápidamente
posible, Ángel era testigo de un momento que no ha dejado de recordarme desde
entonces y que cuenta cada vez mejor:
“Decepción. Vergüenza y decepción.
Miró a Paula Bonet con ojos de loca y le dijo que llevaba buscándola desde
hacía mucho tiempo porque tenía algo para ella. Aunque por su voz y por su cara
todos, incluidos yo, esperábamos que sacase un cuchillo de dimensiones
extremas, suspiramos al ver que se trataba sólo de una camiseta que, hecha un
ovillo desplegó para pedir que se la dedicara por ser su “fan más mayor”. La
pobre ilustradora le acarició el brazo y muy displicentemente le indicó que no
era buena idea porque no tenía un rotulador permanente, pero que si era capaz
de encontrarlo, lo haría encantada. Aceptó hacerse cinco fotos obligada por
nuestra amiga, que quería salir bien en todas las redes sociales y acabo
abrazándola y susurrándole al oído: “Voy a escribir sobre ti en mi blog”. Dicen
algunos vecinos de Las Naves, que por las noches aún se escucha una voz
femenina que pregunta insistentemente ¿Alguien tiene un rotulador permanente
para dejarme?”
Marga Cort