lunes, 11 de julio de 2016



La cola advertía la equivocación del calzado de Irene y la duda sobre la motivación de Ángel por seguir allí. Yo utilizaba el tiempo pensando qué iba a decir cuando la tuviera enfrente. Desde hacía ya tres años, conocía y amaba su obra, y cada vez que había una noticia sobre su regreso a Valencia…. la leía al día siguiente.
Así que cuando por casualidad escuché que mi primo segundo, un genio del marketing y la publicidad, estaba preparando algo para una amiga suya y descubro que su “pelirroja favorita” es mi Paula Bonet y su “algo”, la presentación del último libro que ha ilustrado, creí morir. Obviamente me repuse de inmediato porque morir sabiendo que podía conocer a mi ídolo es de idiotas.


Así que más viva que nunca y totalmente interesada, llamé a mi primo para acercar el grado de consanguinidad  y con ello conseguir una cita con la estrella del momento. Hay que cultivar bien las relaciones si quieres sacar algo a cambio, y ésta había estado en barbecho bastante tiempo. Aun así, se mostró encantador cuando insistió en que era una exposición abierta al público y que en algún momento tal vez podría presentármela.
Y hasta allí nos dirigimos tres amigos que habíamos compartido noches de peligro, robando los carteles ilustrados por los que se hizo famosa, deseando tenerla cerca para poder contarle lo mágico que nos parece su mundo.

La cola avanzaba y con ella la preocupación de mis acompañantes: Irene, además del suyo, tenía el encargo de comprar un ejemplar a su hermana, otro a su mejor amiga y otro al chico que le gustaba y no sabía bien qué decirle a la autora para que cada dedicatoria fuera lo más personal posible; Ángel, por su parte, había decidido probar todos los vinos que sacaban los del catering para llevar mejor la espera y acabó utilizando cada ilustración del libro comprado, para repartir su número de teléfono a las estudiantes de Bellas Artes que encima le reían la gracia, sólo porque está bueno y lleva gafas de pasta.

Así que tomé las riendas de la situación y puse orden. Hablaría yo y ellos se mantendrían silenciosamente sonrientes. No habría ningún comentario sobre los carteles robados, ni las tetas de la Bonet ni descripciones eternas sobre para quienes van los libros. Tampoco estábamos ahí para vender nuestro momento a  Facebook o Instagram y éramos lo suficientemente mayores como para que se nos diferenciara de todos los estudiantes que estaban allí mismo. Éramos fans, no fanáticos.


 Se serenaron y avergonzados respetaron mi decisión. Sólo tres adolescentes nos separaban de estar con ella. Yo tenía ya los libros preparados para la firma y cada cosa que quería decirle estaba clara: presentación, petición, admiración y agradecimiento. Fácil.
En cuanto nos tocó, nos aproximamos al mostrador y pasó algo increíble: mis extremidades comenzaron a temblar y los libros cayeron al suelo. Cuando miré hacia abajo desconcertada, atisbé en el interior de mi bolso, una manga de la camiseta que ya no recordaba había metido por la mañana. Fue lo primero que me compré de ella con la ilustración “Soy de Ruzafa”. Mientras Irene intentaba recoger los libros lo más rápidamente posible, Ángel era testigo de un momento que no ha dejado de recordarme desde entonces y que cuenta cada vez mejor:

“Decepción. Vergüenza y decepción. Miró a Paula Bonet con ojos de loca y le dijo que llevaba buscándola desde hacía mucho tiempo porque tenía algo para ella. Aunque por su voz y por su cara todos, incluidos yo, esperábamos que sacase un cuchillo de dimensiones extremas, suspiramos al ver que se trataba sólo de una camiseta que, hecha un ovillo desplegó para pedir que se la dedicara por ser sufan más mayor”. La pobre ilustradora le acarició el brazo y muy displicentemente le indicó que no era buena idea porque no tenía un rotulador permanente, pero que si era capaz de encontrarlo, lo haría encantada. Aceptó hacerse cinco fotos obligada por nuestra amiga, que quería salir bien en todas las redes sociales y acabo abrazándola y susurrándole al oído: “Voy a escribir sobre ti en mi blog”. Dicen algunos vecinos de Las Naves, que por las noches aún se escucha una voz femenina que pregunta insistentemente ¿Alguien tiene un rotulador permanente para dejarme?”



Marga Cort





DECEPCIÓN


La vida es una montaña rusa, hay veces que estoy más cerca de ti y otras más lejos, unos amores son más fuertes y derrepente se enfrían, todo es un equilibrio. Nunca se sabe cuando se rompe pero casi siempre se rompe. Si se pudiera detener el tiempo en la subida y mantenerlo eso sería la felicidad pero no se puede. Tendríamos que no querernos, no hablarnos, no juntarnos, no compartir nada para que la DECEPCIÓN de la bajada no nos alcance.



Posdata: sé que he escrito mal de repente, es una decepción.


Era joven y pendenciero. Su capacidad de conquista no había tocado techo para elegir. En sus conquistas tenía ojo de cazador de sabana africana, tanto se decantaba por una gacela que por una torcaz. Lo importante era ver salir posta de su escopeta. No tenía mal gusto pero se decantaba más por la pechuga que por el contra muslo. Su conversación era divertida, las verdades se juntaban con las no verdades pero siempre terminaba en una sonrisa que a veces se tornaba en carcajada.




Su vida empezaba y terminaba en él y no era consciente de que las amistades risueñas se terminan antes que su memoria.

Los años se acumulaban pero su comportamiento no, las amistades se iban marchitando. Un día entró en una melancolía que se juntaba con depresión. Sus conocidos se lo notaron pero no se atrevían a preguntar y él menos a contar.

Fue al médico y le dijo que era la segunda vez que había salido de caza y le había fallado la posta y el médico le dijo que a todos nos llega esa DECEPCIÓN.


Carlos Aguilar