lunes, 6 de febrero de 2023

 


zürich.doc




Querido Manolo:


En efecto, mi traslado a St. Gallen y la forma de vivir que me he ido montando poco a poco me han hecho olvidar a Evaristo Monteagudo, personaje que constituyó para mí una firme obsesión hace algunos meses, cuando me llegaron sus papeles de la extraña manera que ya te conté. En los últimos tiempos, solo en las —por desgracia— raras veces en que tú y yo nos hemos visto ha vuelto a emerger a mi memoria el perfil de este individuo, colega nuestro hace algunos años que se me fue haciendo antipático a medida que me sumergía en sus escritos. Por el contrario, y según he comprobado en cada encuentro contigo, tu interés por él no ha tenido grietas desde el primer momento, cosa que no puedo explicarme si no supiera que entre las muchas virtudes con las que la naturaleza te dotó posees algunas ciertamente misteriosas.


Pues bien, esta noche, en el escritorio, buscando en un disquete antiguo la copia de una carta dirigida al Consejo Escolar de Kreuzlingen, ha aparecido en la ventanilla un llamado "zürich.doc". Lo he picado con el ratón y he podido leer el texto que te adjunto. Lo copié hace ya meses de uno de los cuadernos de Monteagudo, unas tres o cuatro páginas escritas con descuido que estaban sueltas y por consiguiente no muy bien conservadas. Lo hice casi como ejercicio de mecanografía, pues acababa de adquirir el ordenador. Creo que no me detuve demasiado a descifrar su difícil caligrafía; algunas palabras, expresiones incluso, son con seguridad de mi cosecha, y quizás desentonen. Encontrarás incluso errores tipográficos, pero me fastidia corregirlos.


Recuerdo que entonces me pareció un relato descarnado, insulso, que no se salvaría siquiera por su más que clara condición de boceto (quizás era el embrión de una improbable narración más extensa, tal vez la breve y simple sublimación literaria de una pena de amor). Yo te lo envío, tú sabrás qué hacer con él, a mí no me da tiempo ni a releerlo despacio. Son las tres y media de la madrugada. Evaristo Monteagudo ha vuelto a quitarme el sueño.

Un abrazo,

José María


zürich.doc


Apoyado en el pretil del puente, Pablo miraba sin pensar en nada las tranquilas aguas del Lago de Zúrich, nunca tan azules y nunca tan negras. El cielo estaba muy cubierto y la lejana orilla era aquella tarde en realidad un cuadro de Karl Friedrich Schinkel. Iba a llover.





Entonces alguien le tocó el hombro por detrás.


Popper ha escrito —quizás siguiendo la intuición de Borges de que a un hombre inmortal todas las cosas le suceden— que las posibilidades, incluso las que solo tienen un mínimo índice de probabilidad, casi de cero, acaban por realizarse si disponen del tiempo suficiente. Pablo, en cambio, había vivido con la certeza metafísica de que nunca más volvería a ver a Nicole, a pesar de que habitaban la misma ciudad y aunque escuchaba de los amigos comunes noticias acerca de ella con alguna frecuencia. Cuando aquella tarde al volverse se encontró con sus ojos tuvo la impresión de que había estado observando el lago tanto tiempo que le había dado al mundo la oportunidad de alterarse mucho.


Qué miras, le oyó decir.


Es conjeturable que ninguno se alegrara de ver al otro, pero en el abrazo ambos fingieron cierto entusiasmo. Nicole iba, cosa rara, sola. Estaba guapa como siempre —como en los viejos tiempos, tuvo que reconocer—, pero llevaba unos calcetines muy gruesos encima de unos pantis beis oscuro que se veían mucho bajo un jersey largo de lana trenzada y eso la hacía ligeramente chabacana. Le preguntó por Tristán, su último novio según le habían dicho. Acababan de romper, dijo casi indignada, como si quisiera disculparse o defenderse o como dando la impresión de que era lo primero que quería contar. En ese momento empezaba a llover.


Resignado a ser correcto con ella, orillados por el momento la derrota y el resentimiento (el obligado desprecio, y también, sin duda, el amor), aceptó tomar una copa ‘en algún sitio’ y se puso a buscar con la mirada un bar, mientras Nicole continuó hablando de sus malandanzas de amor con Tristán, desahogándose en detalles e incidentes que para él ya eran incómodos o descorteses, envuelta en un victimismo de exigua calidad y en un francés que por primera vez comprendía con apuros. Su agitación iba en aumento, acaso esta vez la crisis le había afectado mucho, quizás dramatizaba a la vista de la indolencia o indiferencia o frialdad de Pablo.


Se sentaron frente a frente, pidieron unos güisquis que tardaban demasiado en llegar. No había mucha gente en el establecimiento por el que finalmente se habían decidido. Las luces iluminaban con delicadeza el local, el camarero era joven y triste. Más allá de la ventana seguía la lluvia en la que llevaban tiempo sin reparar. Él bebía para defender su mutismo, apenas podía evitar mirarla a la cara. Ella volvía a hablar de Tristán, fumaba hachís, parecía poco a poco más tranquila. Les sirvieron otras copas. Se esforzaba en narrar pormenores, anécdotas, inapelables culpas. Se trataba de una historia pasional o "muy pasional", subrayaba o se enorgullecía ella, sin ser consciente de lo ordinaria y anodina y deprimente que era (como lo son todas las historias de amor ya agotadas, las de las novelas, las de las películas, las de sus comunes amigos que la misma Nicole le contaba con profusión en aquel entonces; la propia suya).


No trataron muchas más cosas en las más de tres horas que permanecieron en el bar. Nada había cambiado entre ellos dos, no querían que nada cambiase. Ella hablaba y él callaba, solía suceder en los tiempos en que vivieron juntos, y también como entonces el alcohol los había rescatado a estas horas de la vulgaridad y ya en la calle incluso podían reflejarse en las miradas del prójimo como inteligentes o felices. Llovía bastante cuando pasaban por la Calle de la Estación que a aquellas horas no parecía una de las más lujosas del mundo. Había oscurecido.


Siguiendo la inercia de las viejas costumbres, se pararon ante el escaparate de una librería en el que ocupaba una posición de privilegio una cuidada edición de La noche quedó atrás de Jan Valtin, aquel revolucionario. Caminaban juntos, probablemente cogidos de la mano. En las paradas de los tranvías, niños que venían de las clases más caras de violín miraban seriamente a las niñas que llegaban de las clases de ballet que a su vez observaban a las señoras mayores recién salidas de la sauna y embelesadas ahora viendo caer la lluvia desde el cielo negro de Zúrich. Los drogadictos se habían repartido ya como buenos hermanos los mejores portales de la zona, se inyectaban con sencillez la última dosis del día y extendían con dulzura, para pasar la noche, sus mantas, sus sacos, sus otros aparejos de náufragos convencionales.





Llegaron abrazados después de demorarse por las aceras y por los andenes de la estación al autobús que los separaría. Aprovechando el beso de despedida, y en una reacción que a Nicole no le era insólita, Pablo deslizó su mano bajo el jersey y le acarició los pechos. Le sugirió —le suplicó, recordaría él días después— buscar en un hotel una habitación para los dos. He dejado mi casa a un amigo y a su novia, se justificó. Ella le retiró suavemente la mano y sin dejar de mirarlo y sonreír con suavidad subió al autobús. Aún tuvo tiempo de decirle Pablo, ahí viene el tuyo, no lo pierdas. Y le lanzó un beso al aire.


La frase (o el beso, el rechazo, la nada) le insufló el suficiente valor para picar el billete y alcanzar un asiento. Treinta minutos después —a él le pudieron parecer un segundo o una eternidad— el ruido de las puertas automáticas y el frío de la calle y otra vez la lluvia lo devolvieron a un barrio, a una ciudad, a un mundo que no pudo reconocer como suyos. Es el alcohol, se dijo. Cómo encontrar ahora su casa, cómo llegar hasta su cama.


Pablo no se había dormido a las 02:17 del día siguiente. Un poco más tarde cesó de llover.




1 comentario:

  1. Por la puerta grande Jose Mª, has construido un relato con metatexto o hipertexto en diferido incluido (Pablo me corregirá). Estupendo, digno de un gran autor, me ha gustado mucho.
    Con las ilustraciones Cruz es perfecta, se nota que le gusta.

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