miércoles, 20 de abril de 2016

DEMASIADO



Alicia era una adolescente de 16 años, alta, delgada y muy inquieta, con muchas ganas de vivir, que llevaba 8 años como alumna de un colegio de monjas donde el tiempo parecía haberse paralizado. Ella siempre se repetía:

   -DEMASIADO largo, esto no acaba nunca, aquí no ocurre nada nuevo.



Su única liberación era pedir permiso para ir al lavabo mientras estaba en clase y así poder corretear, saltando como una gacela libre, por los largos, amplios y solitarios pasillos de aquel antiguo palacete que era su colegio.

Esa sensación de libertad la acompañó toda su vida al igual que la palabra demasiado.

Ahora a sus 91 años siempre se repetía:

   -DEMASIADO... (esta vez) corto.


Mª José Roig

DEMASIADO


Demasiado corazón, es lo primero que me viene a la cabeza y me ha costado un poco adivinar por qué, después me acordé de la salsa pero la de bailar. Sí, la de bailar, pero salsa de NY, si, de Manhattan, de Willie Colon, el compadre del panameño Rubén Blades, si, el de Pedro Navajas.




No sé si bailas o si bailas salsa. Yo sé que Paco Palanca baila, pero el que sí baila es Mac, una salsa “arrastrá” de esa que te mueves poco pero te mueves “acompasao”, haciendo que tu pareja goce y se luzca, que de eso se trata.

Me acuerdo de una noche que fuimos a un antro que se llamaba “A mover tu culito”. ¡Auténtico! no sé si gozas más bailando o viendo. ¡Qué tiempos coño, qué tiempos!


Pues sí, “Demasiado corazón” es una salsa y os invito a bailar. Bailar quita todos, o casi todos, los males que es de lo que se trata. 





Carlos Aguilar


jueves, 7 de abril de 2016

RELATIVIDAD


Hace una hora yo era feliz y creía no serlo, la mayor parte de las horas de mis días. A partir de ahora, con el diagnóstico en la mano, recordaré lo feliz que era e intentaré no pensar en lo feliz que sería tan sólo con volver atrás en el tiempo apenas una hora.





Cruz Ferrando




HORA

¿Por qué hay horas más largas y otras más cortas, si todas duran sesenta minutos?

Será que hay minutos más largos y otros menos largos, la verdad que no lo se.

Ahora, el tiempo es más corto cuando tengo que esperar y la culpa es vuestra. Si, vuestra, porque me habéis metido el gusanillo de la lectura y el tiempo, leyendo, no se puede medir.




Carlos Aguilar

miércoles, 6 de abril de 2016

POLVO DE ESTRELLAS


Dos octogenarios hablan y caminan juntos en dirección al Hotel Atlantic. Basilio Martin lleva la cabeza erguida con el rostro risueño. Fernando Grey, en cambio, está cabizbajo y serio. Antaño fueron director marginal y popular actor de cine respectivamente. Entran en el hotel que suelen visitar y un joven empleado pide un autógrafo a Basilio. Fernando se sorprende primero y luego siente celos al comprobar que le ignoran como actor. 



Se acercan a la barra del bar y piden un par de Dry Martinis con aceituna. Cuando los solicitan el camarero saca de la parte inferior de la barra un DVD de una película de Basilio para que pueda firmarle sobre la tapa. Los viejos amigos se sientan y al cabo de unos minutos una veinteañera empleada del hotel interrumpe la conversación al traer las copas solicitadas. Los ojos de la joven se abren como platos para pedir otro autógrafo a Basilio. El anciano actor, visiblemente irritado, comienza a manifestar exabruptos contra su amigo y contra la gente que le ha ignorado. Sin embargo Basilio, a través de una franca sonrisa, pone su dedo índice sobre los labios sellados indicándole cariñosamente que se calle. Basilio le aclara que todo estaba planeado por él: había pagado una generosa propina a quienes se acercaran con la intención de probar la paciencia y vanidad del actor popular. Los músculos de la cara de Fernando se relajan y exhibe una brillante sonrisa de complicidad. La televisión, situada en un rincón del bar, está encendida, pero ambos hacen caso omiso a ella y se pasan la tarde hablando de películas, de actores, directores, actrices, novelas y música. Fernando se encuentra más animado y domina la conversación, Basilio sólo emite monosílabos. 



Pasado un buen rato el director de cine se queda hipnotizado por el televisor. Basilio comenta que le está gustando la película, le resulta interesante. A Fernando se le hiela el rostro mientras recuerda a su amigo que es una película suya e interpretada por aquél en la última parte de la historia. Pero Basilio no se acuerda de nada. Los dos artistas se quedan en silencio, petrificados, cual si fueran estatuas de sal.


Pablo Ferrando