POLVO DE
ESTRELLAS
Dos octogenarios hablan
y caminan juntos en dirección al Hotel Atlantic. Basilio Martin lleva la cabeza
erguida con el rostro risueño. Fernando Grey, en cambio, está cabizbajo y
serio. Antaño fueron director marginal y popular actor de cine respectivamente.
Entran en el hotel que suelen visitar y un joven empleado pide un autógrafo a
Basilio. Fernando se sorprende primero y luego siente celos al comprobar que le
ignoran como actor.
Se acercan a la barra del bar y piden un par de Dry Martinis
con aceituna. Cuando los solicitan el camarero saca de la parte inferior de la
barra un DVD de una película de Basilio para que pueda firmarle sobre la tapa. Los
viejos amigos se sientan y al cabo de unos minutos una veinteañera empleada del
hotel interrumpe la conversación al traer las copas solicitadas. Los ojos de la
joven se abren como platos para pedir otro autógrafo a Basilio. El anciano
actor, visiblemente irritado, comienza a manifestar exabruptos contra su amigo
y contra la gente que le ha ignorado. Sin embargo Basilio, a través de una
franca sonrisa, pone su dedo índice sobre los labios sellados indicándole
cariñosamente que se calle. Basilio le aclara que todo estaba planeado por él:
había pagado una generosa propina a quienes se acercaran con la intención de
probar la paciencia y vanidad del actor popular. Los músculos de la cara de
Fernando se relajan y exhibe una brillante sonrisa de complicidad. La
televisión, situada en un rincón del bar, está encendida, pero ambos hacen caso
omiso a ella y se pasan la tarde hablando de películas, de actores, directores,
actrices, novelas y música. Fernando se encuentra más animado y domina la
conversación, Basilio sólo emite monosílabos.
Pasado un buen rato el director
de cine se queda hipnotizado por el televisor. Basilio comenta que le está
gustando la película, le resulta interesante. A Fernando se le hiela el rostro
mientras recuerda a su amigo que es una película suya e interpretada por aquél
en la última parte de la historia. Pero Basilio no se acuerda de nada. Los dos
artistas se quedan en silencio, petrificados, cual si fueran estatuas de sal.
Pablo Ferrando
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