miércoles, 6 de abril de 2016

POLVO DE ESTRELLAS


Dos octogenarios hablan y caminan juntos en dirección al Hotel Atlantic. Basilio Martin lleva la cabeza erguida con el rostro risueño. Fernando Grey, en cambio, está cabizbajo y serio. Antaño fueron director marginal y popular actor de cine respectivamente. Entran en el hotel que suelen visitar y un joven empleado pide un autógrafo a Basilio. Fernando se sorprende primero y luego siente celos al comprobar que le ignoran como actor. 



Se acercan a la barra del bar y piden un par de Dry Martinis con aceituna. Cuando los solicitan el camarero saca de la parte inferior de la barra un DVD de una película de Basilio para que pueda firmarle sobre la tapa. Los viejos amigos se sientan y al cabo de unos minutos una veinteañera empleada del hotel interrumpe la conversación al traer las copas solicitadas. Los ojos de la joven se abren como platos para pedir otro autógrafo a Basilio. El anciano actor, visiblemente irritado, comienza a manifestar exabruptos contra su amigo y contra la gente que le ha ignorado. Sin embargo Basilio, a través de una franca sonrisa, pone su dedo índice sobre los labios sellados indicándole cariñosamente que se calle. Basilio le aclara que todo estaba planeado por él: había pagado una generosa propina a quienes se acercaran con la intención de probar la paciencia y vanidad del actor popular. Los músculos de la cara de Fernando se relajan y exhibe una brillante sonrisa de complicidad. La televisión, situada en un rincón del bar, está encendida, pero ambos hacen caso omiso a ella y se pasan la tarde hablando de películas, de actores, directores, actrices, novelas y música. Fernando se encuentra más animado y domina la conversación, Basilio sólo emite monosílabos. 



Pasado un buen rato el director de cine se queda hipnotizado por el televisor. Basilio comenta que le está gustando la película, le resulta interesante. A Fernando se le hiela el rostro mientras recuerda a su amigo que es una película suya e interpretada por aquél en la última parte de la historia. Pero Basilio no se acuerda de nada. Los dos artistas se quedan en silencio, petrificados, cual si fueran estatuas de sal.


Pablo Ferrando



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