domingo, 22 de diciembre de 2019


Cogí el bus, su recorrido lo conocía pero no sabía su duración ni la localización de sus paradas, ni su sinuosidad, me mareo últimamente, la brusquedad del conductor, el aire viciado… todo eso me deja fatal y tardo en recuperarme. Veinte minutos de trayecto, lo mejor es la playa, mi destino es la playa. Una playa limpia de personas, con pescadores de caña, corredores comprometidos con su día a día, jubilados en grupos de tres o cuatros que caminan para después almorzar y empezar el día de la mejor forma, ver el mar y algún que otro amanecer, camareros que ponen las mesas para que unos pocos privilegiados tomen un desayuno mirando el azul del mar, se podría decir que están todos los que son, que la playa por la mañana es eso, profesionales de la foto: no sobra ni falta nadie.


Bueno ya es la hora, tengo que ir al pabellón, el gimnasio está en el primer piso, con vista al mar, algo increíble, con compañeros nuevos con patologías diversas, personalidades diversas, monitor distinto… tengo que reconocer que no se si es curiosidad o expectación, llego al ascensor y, ¡Oh sorpresa!, no cabe mi scooter. No puedo subir, no puedo conocer a mis nuevos compañeros, no puedo conocer al monitor. Me voy, no como he venido, esta vez recorro el paseo con el scooter y me paro en uno que conozco me tomo un agua con gas y leo un rato.
Carlos Aguilar
22/12/2019


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