jueves, 16 de diciembre de 2021




HERIDAS EN LA PIEL


Estoy mirando fijamente la cara de ese viejo y siento mucha tristeza. Fue atractivo y apasionado, ahora no encuentra nada que le apasione de verdad.

Los días son una sucesión de rutinas que le ayudan a llegar a las noches. Ya no espera nada de la vida, ni de los que tanto amó. Tantas decepciones, tantos proyectos fallidos, tantas ilusiones perdidas, han acabado grabados en cada una de las manchas y los surcos de su rostro.

A veces piensa que acabar de una vez con todo el miedo y el tedio sería una buena idea. Este pensamiento le produce tranquilidad y más tristeza.

Cada mañana y cada noche me quedo unos instantes preso de esa mirada que me interpela desde el espejo y me entran unas ganas tremendas de llorar.


Cruz Ferrando

Diciembre 2021



     

     ¡ERRANDO LIBRE!


     La mente ¡qué prodigio!, como divaga libre!  engarzando pensamientos aleatoriamente, como eslabones de una cadena infinita que va errando libre por el cosmos… ¡sí!... el pensamiento es pura libertad, nada puede encerrarlo ni limitarlo, ninguna ley lo rige pues no atiende a  tiempo ni espacio… sí, el pensamiento te hace libre, te hace alcanzar el cielo… 

    ¡Yo soy libre!  y como el pensamiento, erro, divago, vagabundeo distraídamente por el mundo, ¡yo soy un vagabundo! y declaro que soy libre y feliz.   Lo tuve todo y no tenía nada, no tengo nada y ahora lo tengo todo, toqué el infierno y ahora toco el cielo… sobre todo en días así, como hoy en los que el gran Sol acaricia con su luz y calor y solo oigo los pájaros y los niños jugar aquí en el parque… 


Jorge Ferrando

Diciembre 2021



UN LUGAR EN EL SOL


Era invierno. Rosendo había llegado a una modesta cabaña escondida en el claro del bosque. Aquello estaba algo apartado de la ciudad más próxima. Tuvo que pedir ayuda a Ana, una mujer de la zona que conocía bien aquellas tierras silvestres y que era la encargada de proporcionarle suministros. Ana sintió lástima por el hombre que parecía un alma en pena. Rosendo entregó las llaves del todo terreno a la mujer, pero ella trató de convencerle de que las tuviera por precaución, que si no era una persona acostumbrada a vivir en la naturaleza podría ser peligroso. El hombre insistió y Ana se marchó del lugar con el vehículo.

Rosendo arregló el interior de la cabaña y, no sin dificultad, logró encender la chimenea. Se quedó ensimismado con la llama del fuego y enseguida le afloró el recuerdo de su mujer y su hijo encendiendo la lumbre. Sonrió al recordar a su mujer abrazándolo junto al calor del fuego. Un rato después salió del sueño en el que se había quedado sumido y se fue a dormir. Al día siguiente fue a cazar, pero era tan torpe como incapaz de matar a cualquier animal del bosque. Caminó por el borde de un riachuelo y, de pronto, vio a su mujer y a su hijo correr por el otro lado. Se alegró de verlos y comenzó a seguirlos desde la orilla opuesta. El niño se puso a correr y la madre, riéndose, trató de seguirle. Rosendo hizo lo mismo en señal de complicidad. Se puso a competir con ellos desde el otro lado del riachuelo. De pronto, un ruido lejano sacó a Rosendo de aquella ensoñación. Regresó a la cabaña a comer las latas de que disponía.

Los días pasaban y el invierno se recrudecía más y más. Caía una nieve copiosa, se le habían acabado las existencias y aún tardaría unos días en venir Ana para abastecerle de víveres. Rosendo decidió ir al corazón del bosque, pero no estaba acostumbrado a moverse por esos lugares tan hostiles. Intentó matar algún animal con un rifle, aunque la ventisca hacía difícil la caza. Rosendo se sentía cada vez más aterido y cansado mientras las horas iban transcurriendo. Decidió regresar a la cabaña. Llegó con dificultades y cayó desmayado en el interior del refugio. Cuando se despertó un rayo de sol iluminaba y, a la vez, calentaba su barba canosa. Junto a él se encontraba Ana. Ella le puso un trapo caliente en la frente al tiempo que le riñó por haber sido tan temerario. También le dijo que había tenido suerte de no morir congelado. Rosendo no supo qué decir. Pasaron un buen rato hablando. Cuando el hombre se había restablecido Ana se marchó de la cabaña. A raíz del accidente Ana procuró visitarle con mayor frecuencia, habían disfrutado de una mayor intimidad entre ellos. Antes de marcharse Rosendo le preguntó si había visto la película Dersu Uzala. Ana le dijo que no, ignoraba aquella película. Entonces Rosendo esbozó por primera vez una sonrisa y le confesó que ella era su Dersu Uzala. 

Unas semanas más tarde volvió a quedarse sin alimentos y le extrañaba que Ana se retrasara. Un día vino a traerle la comida el señor Miguel, un tío de Ana. Rosendo se quedó extrañado al verle y preguntó por Ana. Le dijo que estaba enferma y por eso venía él. Rosendo preguntó por ella, pero el señor Miguel no sabía gran cosa de la enfermedad de su sobrina. Se despidieron y Rosendo agradeció la ayuda. Al día siguiente cogió su mochila y decidió visitar a Ana. Estuvo caminando durante seis horas hasta que llegó a su habitación. Rosendo volvió a sonreír al verla, se acercó a su cama. Ana estaba entubada y hablaba con dificultad. Le informó de que se iba, de que nada se podía hacer. Rosendo le cogió de una mano y le confesó que desde que tuvo el accidente de coche donde murieron su mujer y su hijo no se lo podía perdonar. Quería alejarse de todo, pero gracias a ella había vuelto a sentir la luz del sol. Ana le dijo que había visto la película que le recomendó y dijo que ella no se sentía una Dersu Uzala, pero agradecía el cumplido. Rosendo sonrió y se alejó de la habitación. Comenzó la primavera, el calor del sol le daba en el rostro sereno de Rosendo mientras regresaba a su casa en el todo terreno.



Pablo Ferrando

Diciembre 2021




PIEDRA, PAPEL O TIJERA


El transcurso del tiempo en el rostro del hombre amaga la vida vivida, en ocasiones gozada pero mayormente sufrida. 

Sin cuestión sobre la belleza de la fotografía en sí, como relato, como mirada del autor, su técnica. Recuerdo un excelente trabajo de Sebastiäo Salgado, el motivo una mano vieja, nudosa, manchada y deformada por la artritis o por el trabajo. Todo un poema.

Sin embargo, arrancar pasión, cascabeles, alegría, optimismo, felicidad, esperanza…, en la imagen de la vejez y en la vejez misma, es misión casi imposible. Esas emociones solo habitan en la casa de la hermosa y escurridiza juventud.



Violeta Pfeiffer

Diciembre 2021 






 





 

viernes, 10 de diciembre de 2021





      LA FOTOGRAFÍA


     Escrito en el reverso: ‘’Capadocia, Junio, 1957’’. Tomé esta fotografía en mi viaje a la Capadocia en 1957. Volvía a mi hotel y simplemente capté ese instante en el que un niño mira a cámara, mi cámara, y en segundo plano aparecen unos hombres viejos a través de la ventana de un bar, mirando a un punto indeterminado dentro de aquel local.
     Era una fotografía más, o lo fue, porque al día siguiente al volver al hotel me encontré con la misma escena y volví a capturarla con mi cámara. Sin más. Pero ante mi sorpresa pasó otro día y de nuevo la misma imagen que volví a captar con mi cámara, y de la sorpresa pasé al asombro cuando este mismo instante se repitió los siguientes días de mi estancia en aquel pueblecillo de la Capadocia.  En mi último día en aquel lugar, tras repetirse escenario y fotografía, me asomé a la ventana del local, los hombres en silencio miraban simplemente hacia un punto que yo no podía ver, tal vez una vieja radio que sonaba, intenté hablar con el niño, pero no pude hacerme entender y éste se limitó a mirarme con resignación, igual que en la fotografía.
     Pasaron los años y aquellas fotografías quedaron olvidadas en un cajón junto a muchas otras, hasta que hace unos días ojeando una importante revista fotográfica, un reportaje captó poderosamente mi atención. Se trataba de una serie de viejas fotografías tomadas en Capadocia en Junio de 1957, en apariencia repetidas, idénticas, que tomadas desde el interior de algún local,  mostraban en primer plano a unos hombres sentados de espaldas mirando hacia algún lugar dentro del local y en segundo plano, tras la ventana abierta, a un niño también de espaldas y, tras él, a un hombre de frente tomando una fotografía… de inmediato me puse a rebuscar por los cajones hasta dar con aquella serie de fotografías olvidadas durante años, el niño mirando a cámara y los hombres del local captados a través de la ventana mirando a un punto indeterminado… y, no cabía duda, en la serie del reportaje de la revista, el hombre que aparecía de frente en segundo plano tras la ventana era yo tomando mi fotografía.


Jorge Ferrando
Diciembre 2021
                                                                                                           



 PADRE


Odio estas tardes tan largas y aburridas. Padre me ha dicho que lo acompañara, ¡Vamos chaval, demos una vuelta por ahí!

Parece que, así, madre se queda contenta y no rechista.

Luego llegamos al casino y me deja fuera, ¡Ojo con moverte de aquí!, y ojo con que me mueva que luego el bofetón me tira de espaldas.

De pensar que la cuadrilla estará en la charca grande, cazando renacuajos o tirando chinas a los pájaros me entran todos los males.

Hace mucho calor y las moscas no dejan de darme la lata, se ve que me encuentran dulce.

El problema es que no sé cómo saldrá, cuando salga. A veces no puede casi ni andar, se apoya en mí y yo casi no puedo dar un paso con tanta carga.  Al llegar a casa, disimulará y dirá que el sol le ha dado dolor de cabeza y que se acuesta. 

Yo tendré que inventar para madre lo bien que lo he pasado jugando con él y todas las historias que me ha contado de cuando era un zagal.

En esos momentos, viendo sonreír a madre, me encanta padre y todo lo que hago con él.


Cruz Ferrando
Diciembre 2021



SUREN Y YILMAZ


Suren estaba apoyado en la pared, junto a unas vitrinas donde se exhibían unas camisas desordenadas. En el suelo había unos cubos metálicos y un saco atado. Oía el sonido estridente de un televisor que provenía de la taberna vecina. Trataba de vender las palanganas cuando, en cierto momento, vio pasar, a unos pocos metros, a un hombre mayor atolondrado. El anciano se sacó un reloj viejo para consultar la hora y Suren advirtió que no lo llevaba atado al pantalón. Miró a su alrededor y se acercó sigiloso al octogenario, que ya se había puesto a caminar. Cuando iba a robarle el reloj se le adelantó un chico estirado y pelirrojo. Suren se enfadó con él diciéndole que se había fijado antes. El pelirrojo se presentó como Yilmaz. Le guiñó el ojo izquierdo en son de paz y se pusieron a hablar en el puesto de Suren. Aquella tarde los dos chicos se hicieron amigos. Cuando se despidieron el pelirrojo sacó de su bolsillo el trofeo obtenido volviendo a guiñar el mismo ojo.

Veinte años más tarde Yilmaz se había enamorado de Anahid, pero ella eligió la serenidad y la inocencia de Suren. El día de la boda Yilmaz le regaló el reloj de bolsillo al novio. Cuando Suren recibió el regalo quedó conmovido por el gesto. La pareja se fue a vivir al centro y se distanció de Yilmaz, pero unos años más tarde Suren se separó Anahid y se volvió solitario y taciturno. 

Cierto día recibió una carta de Yilmaz, de quien nada sabía desde que se casó. En ella le invitaba a una fiesta, pero le resultó extraño ver que firmaba como un político de la región. 

Cuando Suren llegó al evento le costó reconocer al anfitrión. Tuvo que ser el propio Yilmaz quien tuviera que presentarse. Lo llevó a un tranquilo salón, le invitó a sentarse para luego ofrecerle alguna bebida. Yilmaz lo notó abatido. El amigo pelirrojo comenzó a dar una vuelta alrededor del sillón de Suren y en un tono altivo le dijo que no se preocupara porque él se encargaría de sacarlo del pozo en el que se había metido. Suren levantó la mirada hacia Yilmaz y observó que, a su lado, había una foto donde el pelirrojo salía retratado con Anahid cuyo rostro expresaba una tristeza enorme. 

Yilmaz sacó el viejo reloj de bolsillo de un cajón y le dijo a Suren que hizo mal en venderlo porque ahora se lo quedaba él y le guiñó el ojo izquierdo. 
 
Pablo Ferrando 
Diciembre 2021

viernes, 3 de diciembre de 2021




CALOR DE HOGAR  


Anochecía cuando llegué al "Nevada". A unos pasos de la puerta perdí  el conocimiento y caí desplomado.

Había salido del albergue a las seis de la mañana. Me esperaba una jornada de montaña muy dura. Tras unas horas de caminata intensa me entró una pájara y vomité desayuno y almuerzo. Estaba perdido. Hacía tiempo que no veía las marcas que señalaban el buen camino. Intenté ir bajando, despacio, con la esperanza de encontrar algún lugar habitado.

Al límite de mis fuerzas, exhausto y enfermo, fui a dar con mis huesos a ese lugar extraño. Cuando desperté estaba arropado en un lecho mullido y cálido. Cuatro caras me miraban expectantes.

Helen, una mulata entrada en carnes, me trajo un potaje capaz de resucitar a  un muerto. Nadia, rubia, delgada, frágil y jovencísima, me curó las llagas de los talones mientras me miraba, de vez en cuando, con sus ojos enormes llenos de tristeza y compasión.

Los días que pasé allí, recuperándome, fueron un regalo tan inesperado como valioso.

Me dijeron que el gordo “Mantecas” no podía enterarse de que me tenían acogido. Yo era silencioso y me dejaba querer.

Rocío, una andaluza morena y nerviosa me ofreció, generosa, alivio sexual si lo necesitaba. Vanesa, la más mayor, me contaba historias de su niñez en los campos de caña de azúcar, de su tierra y de su mar.

Nunca jamás me he sentido tan cuidado y tan acompañado como el tiempo que pasé con esas mujeres  amigas, madres, hermanas y confidentes. Aquél lugar, sórdido y frío, al que nunca regresé fue un hogar cálido y hermoso para mÍ.


Cruz Ferrando

Diciembre 2021



CRÓNICA DE ELISENDA


     El final siempre sorprende, aunque esté escrito desde el principio. 

     Primero tenemos su marcha del pueblo. No puede decirse que fuera una huida, allí nadie la extrañó, ni tan siquiera se denunció su repentina ausencia.

     A sus 17 años, Elisenda llega a la ciudad ligera de equipaje y cargada de sueños y anhelos, trillado tópico que se ajusta al caso. Elisenda no es una muchacha guapa, según los estándares al uso, pero tiene como un aura de languidez que le confiera cierta belleza delicada.

     Elisenda, sin amistades ni conocidos, objetivos claros ni experiencia alguna, se mueve por la ciudad como una frágil gacela por la gran Sabana, perdida, torpe, indefensa, y pronto un depredador la husmea como un blanco fácil donde morder y hacer presa.

     A este individuo no le cuesta mucho camelar a la muchacha con lisonjas y promesas, pronto le hace ver que en la ciudad una chica tan joven no puede salir adelante sola, y de hecho él conoce un sitio que frecuenta gente muy importante que, de seguro, la pueden ayudar. Ella solo tiene que ser amable.  Así es como la convence y Elisenda sube a su auto para conocer ese lugar de gente importante.

     Está nevando cuando abandonan la ciudad, el individuo no deja de parlotear y Elisenda comienza a inquietarse al ver que el trayecto se alarga y discurre por carreteras tan desiertas. Su temor se confirma cuando al fin el auto se detiene junto a un tugurio aislado en medio de un desolado páramo. Elisenda titubea, no quiere bajar del auto, implora que por favor la lleve de vuelta a la ciudad. Pero ya es tarde, el individuo la agarra de las muñecas y de un tirón la arrastra fuera del auto… pronto la muchacha se ve encerrada en una lúgubre y maloliente habitación con un hombre grande y grueso que le arranca la ropa y la manosea con toda su fuerza y su peso. Elisenda no reacciona, inmóvil, aterrada como un pajarillo, hasta que las nauseas y un dolor insoportable le atraviesa el cuerpo como un hierro al rojo vivo… entonces sí  patalea, muerde, araña, grita y forcejea para escapar… y el hombre, sorprendido en un primer instante, comienza a golpearla con furia, son golpes secos, rotundos, fatales…

     Elisenda ya no siente nada, tan solo yace como una muñeca rota. Al poco, es arrojada al maletero de un auto, junto a un cervatillo ensangrentado al que el hombre ha dado caza esa mañana. El auto arranca y avanza a través de la nevada por el terrible páramo helado, hasta detenerse en un lugar cualquiera, donde el hombre decide deshacerse también del animal cazado. Ahí queda Elisenda, desnuda, abrazada al cervatillo. Pronto la nieve los cubrirá.

                                                                                                          


Jorge Ferrando

Diciembre 2021





¿MEJOR QUEDARSE EN BENI?


    • Hija.- Pero el profesor Carmelo  dice que yo puedo llegar lejos, que no me deje de estudiar.  Que  hoy día,  aquí en Bolivia, tenemos becas y ayudas, para las personas de  menos  recursos, para las personas que más nos esforzamos  y con interés por los estudios.


    • Madre.- Sí mija, puej solo son  sei  meses,   ganarás  sufisiente plata pa toda la familia en sei año… Sé lo que es marchase así, sin apena pensarlo, pero yo te prometo que pa la Fiesta del Beni, te tenemos acá de nuevo.


    • Hija.-  Yo la entiendo a usted madre! soy la mayor de la casa y no tenemos  nadie que nos ayude,  ahorita debo arrimar el hombro para sacar adelante a los cinco hermanos, pero Carmelo insiste en que por nada del mundo deje de estudiar, que si uno se marcha a Europa, ya luego nunca vuelve…. Que todas las promesas que acá nos hacen, allá nunca se cumplen, que las que se marchan,  no regresan. Se echan a perder o mueren por el camino.


    • Madre.- Ya sé… mija… chismes de la gente, pero yo te prometo que  no dejarás de estudiár.  Y te puedes  llevar  libros a España! En la agencia  dijieron  que  tendrás tu propio departamento, librarás dos días por  semana, y que  ahorita no lleves mucha maleta, que allá hay de todo…  es una empresa grande  y con plata, con mucha plata!  Solo eligen a chiquitas como tú, honradas, de buena presencia  y ganas  de trabajar.


    • Hija.- Tengo mucho miedo madre…. Me asusta volar,  me asusta marcharme  tan lejos y sola…  ¿no podría quizá, mejor trabajar más cerca,  acá en Santa Ana o Trinidad, aunque gane menos plata….? Lydia, Lucecita y Jessica también se fueron hace  dos años y no se sabe  más nada de ellas. Me horroriza pensar que les haya pasado algo...


    • Madre.- Naaaa.. Mija… quédate  tranquila y no tengas miedo. En la agencia  dicen  que son muy felices allá en España,  pero que por confidencialidad de los gobernantes, para  que no todo el mundo quiera dejar Bolivia, mejor  estar un tiempecito sin llamar.

 Ya nos han adelantao  mil bolivianos… para demostrar  seriedad y compromiso, para que veamos  que no solo son palabras… que esto van serio! Gracias  a Dios, eso es lo que debemos dar!!  ¡¡Gracias bendita virgencita de Loreto,  por este trabajo que has traído a casa!!

Tú irás…. A ver, me dieron el nombre del hotel… pero por los nervios  me olvidé,  creo que se llamaba….  Hotel Gran Nevada o algo así…


    • Hija.- De acuerdo, iré...   Suena gélido, ¿pasaré mucho frío, madre…? 


                           

                                                                                                   Ernesto Ferrando 

                                                                                        Noviembre 2021




GREGORIO

A José Gómez, in memoriam


No te preocupes, haré una visita a ese lugar que se ha convertido en uno de los paraísos perdidos de nuestros años más gozosos… Por cierto, siempre te lo he querido decir, tú vales mucho más que como un simple conserje universitario, me sorprendió mucho tu cultura… ¿Te acuerdas cuando empezamos hablar del sainete, de Edgar Neville y La torre de los siete jorobados? Sí, ahí comencé a simpatizar contigo. Ahora estoy aquí, Gregorio, frente a ti y ya no me dices nada. Estás descansando, rodeado de varias coronas de flores, vestido de negro y con una corbata negra. Y me resulta extraño verte así porque siempre has vestido de manera informal, con colores alegres. La piel de tu rostro ahora ha adquirido un tono cerúleo y no te reconozco, siempre te he visto con ese rostro sonrosado. Encima de ti acabo de darme cuenta que está encendido el aire acondicionado ventilando la vitrina mientras afuera hace frío. 

En cierta ocasión comentaste que con cincuenta y cinco años tenías problemas con el azúcar y que te cuidabas poco. También me confesaste que te habías sentido decepcionado con el único amor que tuviste y el inmenso dolor que te causó fue suficiente para no volver a intentarlo. Fuiste más reservado que yo, pero cuando te abrías a la gente sacabas lo mejor de ti. Una mañana estuvimos en la cafetería de la facultad desayunando y comentamos de volver a hacer una visita al Club Nevada. Conforme hablaba contigo en esa mañana, Gregorio, te veía envejecer y al llegar el café ya te habías ido para siempre. 

El sábado me acerqué al prostíbulo que hay en las afueras de la ciudad para darte vida con la memoria. Cuando llegué a la entrada del Club Nevada vi un edificio triste y abandonado. De pronto, sentí que el tiempo se precipitaba con inusitado vértigo. Hice esfuerzos por recordarte dando saltitos y fumando mientras entrábamos en el local. Ibas perfumado, vestido con chaqueta azul claro, camisa blanca y vaqueros. Pero no recuerdo nada más, ni el ambiente placentero, ni el espacio. Sólo recuerdo que me sentía cómplice de tu alegría y vitalidad. Ahora con la negrura y la soledad de aquel lugar sentí un fuerte latigazo en todo el cuerpo al darme cuenta de la desaparición de un paraíso perdido.



Pablo Ferrando

Diciembre 2021





LA MIRADA SHOSHON


Yo acompañaba a mi madre, a quien un inusitado telegrama federal requería presencia en Reno. Salí así por primera vez del entorno confortable y familiar de la pequeña tribu shoshon entre el río Truckee y el lago Tahoe que proveían cuanto necesitábamos. 

El autobús a nuestro destino debía pasar a recoger pasaje en un determinado punto kilométrico de la pista. Autopista al infierno me parecía a mí.
La larga espera, el frío intenso y un cielo a punto de descargar el océano, nos animaron a traspasar el umbral de aquel desvencijado caserón en el páramo con el corazón en un puño. 

Sin embargo, al hacerlo, el gris se torno rojizo y el frío, calor. Se abrió paso un espacio luminoso presidido por una alegre e incesante pianola y otros espacios más oscuros y reservados. De acá para allá se movían las señoras de la casa agasajando a sus invitados.

Por un instante, al vernos, todo se detuvo, pero de inmediato creció la algarabía y yo me convertí en objeto de atención principal de las chicas, emocionadas con mi edad y atuendo. Eran preciosas, y llevaban en el rostro pinturas como las de nuestros idolatrados guerreros.

No nos dijimos adiós, seguro que volveríamos a encontrarnos.


Violeta Pfeiffer
Diciembre 2021