viernes, 3 de diciembre de 2021




CALOR DE HOGAR  


Anochecía cuando llegué al "Nevada". A unos pasos de la puerta perdí  el conocimiento y caí desplomado.

Había salido del albergue a las seis de la mañana. Me esperaba una jornada de montaña muy dura. Tras unas horas de caminata intensa me entró una pájara y vomité desayuno y almuerzo. Estaba perdido. Hacía tiempo que no veía las marcas que señalaban el buen camino. Intenté ir bajando, despacio, con la esperanza de encontrar algún lugar habitado.

Al límite de mis fuerzas, exhausto y enfermo, fui a dar con mis huesos a ese lugar extraño. Cuando desperté estaba arropado en un lecho mullido y cálido. Cuatro caras me miraban expectantes.

Helen, una mulata entrada en carnes, me trajo un potaje capaz de resucitar a  un muerto. Nadia, rubia, delgada, frágil y jovencísima, me curó las llagas de los talones mientras me miraba, de vez en cuando, con sus ojos enormes llenos de tristeza y compasión.

Los días que pasé allí, recuperándome, fueron un regalo tan inesperado como valioso.

Me dijeron que el gordo “Mantecas” no podía enterarse de que me tenían acogido. Yo era silencioso y me dejaba querer.

Rocío, una andaluza morena y nerviosa me ofreció, generosa, alivio sexual si lo necesitaba. Vanesa, la más mayor, me contaba historias de su niñez en los campos de caña de azúcar, de su tierra y de su mar.

Nunca jamás me he sentido tan cuidado y tan acompañado como el tiempo que pasé con esas mujeres  amigas, madres, hermanas y confidentes. Aquél lugar, sórdido y frío, al que nunca regresé fue un hogar cálido y hermoso para mÍ.


Cruz Ferrando

Diciembre 2021



CRÓNICA DE ELISENDA


     El final siempre sorprende, aunque esté escrito desde el principio. 

     Primero tenemos su marcha del pueblo. No puede decirse que fuera una huida, allí nadie la extrañó, ni tan siquiera se denunció su repentina ausencia.

     A sus 17 años, Elisenda llega a la ciudad ligera de equipaje y cargada de sueños y anhelos, trillado tópico que se ajusta al caso. Elisenda no es una muchacha guapa, según los estándares al uso, pero tiene como un aura de languidez que le confiera cierta belleza delicada.

     Elisenda, sin amistades ni conocidos, objetivos claros ni experiencia alguna, se mueve por la ciudad como una frágil gacela por la gran Sabana, perdida, torpe, indefensa, y pronto un depredador la husmea como un blanco fácil donde morder y hacer presa.

     A este individuo no le cuesta mucho camelar a la muchacha con lisonjas y promesas, pronto le hace ver que en la ciudad una chica tan joven no puede salir adelante sola, y de hecho él conoce un sitio que frecuenta gente muy importante que, de seguro, la pueden ayudar. Ella solo tiene que ser amable.  Así es como la convence y Elisenda sube a su auto para conocer ese lugar de gente importante.

     Está nevando cuando abandonan la ciudad, el individuo no deja de parlotear y Elisenda comienza a inquietarse al ver que el trayecto se alarga y discurre por carreteras tan desiertas. Su temor se confirma cuando al fin el auto se detiene junto a un tugurio aislado en medio de un desolado páramo. Elisenda titubea, no quiere bajar del auto, implora que por favor la lleve de vuelta a la ciudad. Pero ya es tarde, el individuo la agarra de las muñecas y de un tirón la arrastra fuera del auto… pronto la muchacha se ve encerrada en una lúgubre y maloliente habitación con un hombre grande y grueso que le arranca la ropa y la manosea con toda su fuerza y su peso. Elisenda no reacciona, inmóvil, aterrada como un pajarillo, hasta que las nauseas y un dolor insoportable le atraviesa el cuerpo como un hierro al rojo vivo… entonces sí  patalea, muerde, araña, grita y forcejea para escapar… y el hombre, sorprendido en un primer instante, comienza a golpearla con furia, son golpes secos, rotundos, fatales…

     Elisenda ya no siente nada, tan solo yace como una muñeca rota. Al poco, es arrojada al maletero de un auto, junto a un cervatillo ensangrentado al que el hombre ha dado caza esa mañana. El auto arranca y avanza a través de la nevada por el terrible páramo helado, hasta detenerse en un lugar cualquiera, donde el hombre decide deshacerse también del animal cazado. Ahí queda Elisenda, desnuda, abrazada al cervatillo. Pronto la nieve los cubrirá.

                                                                                                          


Jorge Ferrando

Diciembre 2021





¿MEJOR QUEDARSE EN BENI?


    • Hija.- Pero el profesor Carmelo  dice que yo puedo llegar lejos, que no me deje de estudiar.  Que  hoy día,  aquí en Bolivia, tenemos becas y ayudas, para las personas de  menos  recursos, para las personas que más nos esforzamos  y con interés por los estudios.


    • Madre.- Sí mija, puej solo son  sei  meses,   ganarás  sufisiente plata pa toda la familia en sei año… Sé lo que es marchase así, sin apena pensarlo, pero yo te prometo que pa la Fiesta del Beni, te tenemos acá de nuevo.


    • Hija.-  Yo la entiendo a usted madre! soy la mayor de la casa y no tenemos  nadie que nos ayude,  ahorita debo arrimar el hombro para sacar adelante a los cinco hermanos, pero Carmelo insiste en que por nada del mundo deje de estudiar, que si uno se marcha a Europa, ya luego nunca vuelve…. Que todas las promesas que acá nos hacen, allá nunca se cumplen, que las que se marchan,  no regresan. Se echan a perder o mueren por el camino.


    • Madre.- Ya sé… mija… chismes de la gente, pero yo te prometo que  no dejarás de estudiár.  Y te puedes  llevar  libros a España! En la agencia  dijieron  que  tendrás tu propio departamento, librarás dos días por  semana, y que  ahorita no lleves mucha maleta, que allá hay de todo…  es una empresa grande  y con plata, con mucha plata!  Solo eligen a chiquitas como tú, honradas, de buena presencia  y ganas  de trabajar.


    • Hija.- Tengo mucho miedo madre…. Me asusta volar,  me asusta marcharme  tan lejos y sola…  ¿no podría quizá, mejor trabajar más cerca,  acá en Santa Ana o Trinidad, aunque gane menos plata….? Lydia, Lucecita y Jessica también se fueron hace  dos años y no se sabe  más nada de ellas. Me horroriza pensar que les haya pasado algo...


    • Madre.- Naaaa.. Mija… quédate  tranquila y no tengas miedo. En la agencia  dicen  que son muy felices allá en España,  pero que por confidencialidad de los gobernantes, para  que no todo el mundo quiera dejar Bolivia, mejor  estar un tiempecito sin llamar.

 Ya nos han adelantao  mil bolivianos… para demostrar  seriedad y compromiso, para que veamos  que no solo son palabras… que esto van serio! Gracias  a Dios, eso es lo que debemos dar!!  ¡¡Gracias bendita virgencita de Loreto,  por este trabajo que has traído a casa!!

Tú irás…. A ver, me dieron el nombre del hotel… pero por los nervios  me olvidé,  creo que se llamaba….  Hotel Gran Nevada o algo así…


    • Hija.- De acuerdo, iré...   Suena gélido, ¿pasaré mucho frío, madre…? 


                           

                                                                                                   Ernesto Ferrando 

                                                                                        Noviembre 2021




GREGORIO

A José Gómez, in memoriam


No te preocupes, haré una visita a ese lugar que se ha convertido en uno de los paraísos perdidos de nuestros años más gozosos… Por cierto, siempre te lo he querido decir, tú vales mucho más que como un simple conserje universitario, me sorprendió mucho tu cultura… ¿Te acuerdas cuando empezamos hablar del sainete, de Edgar Neville y La torre de los siete jorobados? Sí, ahí comencé a simpatizar contigo. Ahora estoy aquí, Gregorio, frente a ti y ya no me dices nada. Estás descansando, rodeado de varias coronas de flores, vestido de negro y con una corbata negra. Y me resulta extraño verte así porque siempre has vestido de manera informal, con colores alegres. La piel de tu rostro ahora ha adquirido un tono cerúleo y no te reconozco, siempre te he visto con ese rostro sonrosado. Encima de ti acabo de darme cuenta que está encendido el aire acondicionado ventilando la vitrina mientras afuera hace frío. 

En cierta ocasión comentaste que con cincuenta y cinco años tenías problemas con el azúcar y que te cuidabas poco. También me confesaste que te habías sentido decepcionado con el único amor que tuviste y el inmenso dolor que te causó fue suficiente para no volver a intentarlo. Fuiste más reservado que yo, pero cuando te abrías a la gente sacabas lo mejor de ti. Una mañana estuvimos en la cafetería de la facultad desayunando y comentamos de volver a hacer una visita al Club Nevada. Conforme hablaba contigo en esa mañana, Gregorio, te veía envejecer y al llegar el café ya te habías ido para siempre. 

El sábado me acerqué al prostíbulo que hay en las afueras de la ciudad para darte vida con la memoria. Cuando llegué a la entrada del Club Nevada vi un edificio triste y abandonado. De pronto, sentí que el tiempo se precipitaba con inusitado vértigo. Hice esfuerzos por recordarte dando saltitos y fumando mientras entrábamos en el local. Ibas perfumado, vestido con chaqueta azul claro, camisa blanca y vaqueros. Pero no recuerdo nada más, ni el ambiente placentero, ni el espacio. Sólo recuerdo que me sentía cómplice de tu alegría y vitalidad. Ahora con la negrura y la soledad de aquel lugar sentí un fuerte latigazo en todo el cuerpo al darme cuenta de la desaparición de un paraíso perdido.



Pablo Ferrando

Diciembre 2021





LA MIRADA SHOSHON


Yo acompañaba a mi madre, a quien un inusitado telegrama federal requería presencia en Reno. Salí así por primera vez del entorno confortable y familiar de la pequeña tribu shoshon entre el río Truckee y el lago Tahoe que proveían cuanto necesitábamos. 

El autobús a nuestro destino debía pasar a recoger pasaje en un determinado punto kilométrico de la pista. Autopista al infierno me parecía a mí.
La larga espera, el frío intenso y un cielo a punto de descargar el océano, nos animaron a traspasar el umbral de aquel desvencijado caserón en el páramo con el corazón en un puño. 

Sin embargo, al hacerlo, el gris se torno rojizo y el frío, calor. Se abrió paso un espacio luminoso presidido por una alegre e incesante pianola y otros espacios más oscuros y reservados. De acá para allá se movían las señoras de la casa agasajando a sus invitados.

Por un instante, al vernos, todo se detuvo, pero de inmediato creció la algarabía y yo me convertí en objeto de atención principal de las chicas, emocionadas con mi edad y atuendo. Eran preciosas, y llevaban en el rostro pinturas como las de nuestros idolatrados guerreros.

No nos dijimos adiós, seguro que volveríamos a encontrarnos.


Violeta Pfeiffer
Diciembre 2021








 

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