domingo, 19 de octubre de 2014

La imagen de mi infancia

                                         A Nacho Cagiga, amigo y cómplice fracontirador de imágenes y palabras.



Todo ocurrió muy deprisa cuando me encontré de bruces con mi pasado. Sin embargo el recuerdo que tengo de aquella imagen aún permanece de forma intensa en mi memoria. Como si el fugaz instante, de apenas un minuto, se hubiera detenido durante estos años…

El reloj de mi muñeca marcaban las nueve de la mañana. La luz gris plomizo del cielo inundaba la calle donde me había parado ante el semáforo que se había puesto en rojo. El clima era fresco, casi otoñal. Tenía somnolencia y no me apetecía hablar con mi marido, quien a su vez se encontraba sentado de copiloto. El silencio se palpaba en el interior del turismo y lo atribuía a la discusión que yo había propiciado poco antes de salir de casa. Pablo parecía estar ausente, con la mirada perdida en el horizonte; se encontraba molesto por mi humor voluble. Mira aquellas colinas, Ana, -me dijo-, parecen elefantes blancos.

Habíamos cumplido casi los cuarenta años y llevábamos siete de pareja. Nunca quisimos casarnos y ahora nos hallábamos en un punto de inflexión. Mientras pensaba en todo esto frente al semáforo vi a una familia al completo atravesando la zona de peatones. Los padres, de unos treinta años, iban delante de una niña y un niño, de seis aproximadamente. La niña cruzaba la zona peatonal con paso firme, orgullosa. Era rubita, de grandes ojos azules, redondos, y rostro despejado. A su espalda llevaba la mochila del cole y a mitad del cruce peatonal resbaló en un charco de agua, pero no llegó a caerse al suelo porque reaccionó con rapidez para aferrarse al hombrecito que le acompañaba. Cuando se irguió de nuevo, exhaló vaho al reírse de su torpeza. El niño sonrió de manera inocente y pasó su pequeño brazo sobre los hombros de la niña en señal de amistad. Mientras sucedía la tierna escena, los padres acababan de llegar al otro lado de la acera. El hombre estaba junto a un árbol, portando en su mano derecha una pequeña silla del cole de los niños. La mujer exhalaba el humo del cigarro entre sus labios carnosos; su rostro macilento delataba un aire melancólico. Los padres habían asistido impasibles al resbalón de la niña, la adusta expresión de sus caras contrastaba con la vivaracha alegría de los niños. Me quedé helada al ver, durante todo el tiempo, que la joven pareja no había sonreído en ningún momento, ni siquiera con los niños. No parecen muy felices, Pablo, le dije. Éste giró su rostro hacia mí y me respondió en un tono amistoso que porqué iban a parecerlo. Hace poco que se habrán casado… Mantuve una mirada cómplice y cariñosa hacia Pablo y le sonreí. En ese instante me di cuenta que había vivido la imagen de mi infancia.

Pablo Ferrando
Valencia 14/09/2013


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