Con la música a otra parte.
A
Javier Rebollo, el muerto y ser feliz.
Llevaba cinco minutos
caminando por mi barrio con una sensación ambivalente. Por un lado recorría con
lentitud las aceras y experimentaba una desacostumbrada liberación, un desahogo
vital tras la catarsis manifestada en la luctuosa discusión con mi marido,
ocurrida hacía apenas un rato. Por otro, sufría un vacío gélido, un agujero
negro y profundo que acentuaba aún más si cabe mi angustia y soledad. En la
mano derecha cargaba una pesada maleta roja, la cual había usado durante mis
últimos veinte años de vida. Ahora tenía serios problemas para transportarla.
El brazo diestro parecía un cable tenso a punto de romperse en cualquier
momento debido al tiempo que llevaba con la maleta pesada. Conforme me
desplazaba por las calles cobré conciencia de la inercia del itinerario,
trazaba el mismo recorrido que hacía todos los días para ir al conservatorio. En
la calle donde me encontraba advertía a una pareja despidiéndose en la parada
del autobús. Justo al otro lado veía al barrendero limpiar las aceras con parsimonia.
Cien metros más adelante una jubilada tomaba un café en la terraza mientras
leía el periódico y escuchaba la música que sonaba en la radio. Tras apreciar
estos detalles cotidianos había olvidado que acababa de alejar de mi vida a mi
marido. Estaba sorprendida al reparar en esta circunstancia cuando de pronto
sentí una enorme opresión en el pecho. Había empezado a llorar en el momento en
que me fijé en una vecina, de edad similar a la mía, husmeando en el
contenedor. Me acerqué a ella y traté de hacer el esfuerzo por animarme. No nos
dijimos nada. Sólo le ofrecí un cigarrillo. Ella aceptó el ofrecimiento y
sonrió al verme. Comenzamos a fumar. Entonces decidí regalarle mi equipaje. Al
principio no quiso, pero sintió curiosidad cuando me agaché para abrirlo. Saqué
unas partituras musicales que había compuesto en la época más feliz de mi vida.
Las cogí con firmeza y dejé la maleta en el suelo. Entonces le aclaré que lo
que contenía en ella eran detalles sin importancia, objetos del pasado que ya
no tenían dueño. La mujer fue incapaz de reaccionar ante mi comentario y cuando
quiso darme las gracias ya me había alejado. Sólo escuchaba la música que tenía
en mis manos: una evocación de la chacona de Bach.
Valencia, 6 de diciembre de 2014
Me gusta su rotundidad, su poder de evocación visual. Y me gusta el homenaje que haces a la música y particularmente a Bach.
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