lunes, 8 de diciembre de 2014

Con la música a otra parte.

                                                                                  A Javier Rebollo, el muerto y ser feliz.



Llevaba cinco minutos caminando por mi barrio con una sensación ambivalente. Por un lado recorría con lentitud las aceras y experimentaba una desacostumbrada liberación, un desahogo vital tras la catarsis manifestada en la luctuosa discusión con mi marido, ocurrida hacía apenas un rato. Por otro, sufría un vacío gélido, un agujero negro y profundo que acentuaba aún más si cabe mi angustia y soledad. En la mano derecha cargaba una pesada maleta roja, la cual había usado durante mis últimos veinte años de vida. Ahora tenía serios problemas para transportarla. El brazo diestro parecía un cable tenso a punto de romperse en cualquier momento debido al tiempo que llevaba con la maleta pesada. Conforme me desplazaba por las calles cobré conciencia de la inercia del itinerario, trazaba el mismo recorrido que hacía todos los días para ir al conservatorio. En la calle donde me encontraba advertía a una pareja despidiéndose en la parada del autobús. Justo al otro lado veía al barrendero limpiar las aceras con parsimonia. Cien metros más adelante una jubilada tomaba un café en la terraza mientras leía el periódico y escuchaba la música que sonaba en la radio. Tras apreciar estos detalles cotidianos había olvidado que acababa de alejar de mi vida a mi marido. Estaba sorprendida al reparar en esta circunstancia cuando de pronto sentí una enorme opresión en el pecho. Había empezado a llorar en el momento en que me fijé en una vecina, de edad similar a la mía, husmeando en el contenedor. Me acerqué a ella y traté de hacer el esfuerzo por animarme. No nos dijimos nada. Sólo le ofrecí un cigarrillo. Ella aceptó el ofrecimiento y sonrió al verme. Comenzamos a fumar. Entonces decidí regalarle mi equipaje. Al principio no quiso, pero sintió curiosidad cuando me agaché para abrirlo. Saqué unas partituras musicales que había compuesto en la época más feliz de mi vida. Las cogí con firmeza y dejé la maleta en el suelo. Entonces le aclaré que lo que contenía en ella eran detalles sin importancia, objetos del pasado que ya no tenían dueño. La mujer fue incapaz de reaccionar ante mi comentario y cuando quiso darme las gracias ya me había alejado. Sólo escuchaba la música que tenía en mis manos: una evocación de la chacona de Bach.



    Valencia, 6 de diciembre de 2014

1 comentario:

  1. Me gusta su rotundidad, su poder de evocación visual. Y me gusta el homenaje que haces a la música y particularmente a Bach.

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