miércoles, 8 de julio de 2015


Las montañas de mi vida

A Paco Palanca, amigo de los finales cerrados.


Tenía unos dieciocho años cuando vivía con mi padre y mis hermanos en la calle Barón de Cárcer. Estaba haciendo el COU y el colegio había organizado un viaje a Sierra Nevada para disfrutar de las estaciones de esquí. A mí no me apetecía ir, pero no podía decírselo a mi padre pues no me dejaría estar en casa. Fue entonces cuando decidí simular que acudía a la cordillera andaluza con mis compañeros de clase. En verdad, durante ese fin de semana me quedé en el sótano de nuestra finca. Traté de proveerme de víveres, en parte con los acopios para la supuesta excursión y en parte con el dinero que me dio mi padre para los gastos del viaje. Había quedado con mi novia, Alba Montañés, que pasaría sobre las nueve de la mañana del viernes por la puerta de mi casa y bajaría al sótano para disfrutar juntos el fin de semana. En el subsuelo había una cama improvisada, una pequeña neverita, libros, una mini cadena y poco más. La primera noche nos amamos con pasión. Al tomar un breve descanso le dije a Alba que un médico afirmaba en la tele que se gasta la misma energía haciendo el amor que escalando una montaña. Tras el comentario empezamos a reírnos y a besarnos de nuevo por los valles y relieves de nuestros cuerpos…




Pasaron los años y cicatrizaron las heridas de aquella primera relación. Me había enamorado de Débora Alvalle. Nuestro primer viaje fue Marruecos, recorríamos el imponente Atlas con un autobús destartalado. Cuando se detuvo el vehículo para que los turistas pudiéramos descansar, estirar las piernas y hacer fotos, nos alejamos del grupo escalando un promontorio hasta alcanzar la cima. El paisaje era espectacular. Se veía toda la región rocosa. Estábamos emocionados al pie del abismo. Comenzamos a besarnos y a desnudarnos junto al precipicio. Hicimos el amor y ese fue el principio de nuestra felicidad.





Pero la ventura conyugal no es eterna. Ayer mismo nos encontrábamos en un hotel de los Pirineos. Débora estaba desayunando en la terraza frente a nuestros hijos Laura y Marc, mientras hacía unas fotos a la montaña nevada que tenía a cien metros de mi. De pronto se oyó una fuerte detonación. Luego percibí un alud de nieve y agua echándose encima de nosotros. Débora me pidió que protegiera a los niños, ellos estaban más cerca de mi, pero me quedé paralizado. Mi mujer tuvo reflejos y se llevó con enorme rapidez a Laura y Marc, al tiempo gritaba que saliéramos de la terraza…Sin embargo seguía conmocionado y me quedé en medio del desprendimiento de nieve. Al cabo de unos minutos regresaron a la terraza llena de nieve y agua, una niebla intensa nublaba la visión. Aún estábamos sorprendidos, pero ya me había recuperado del estado de shock. Un tupido silencio reinaba en el ambiente cuando volvimos a sentarnos en la terraza. Débora me miró decepcionada por mi reacción. Su rostro delataba contrariedad, tristeza, desencanto. Fue en ese momento cuando supe que nuestra relación había terminado.





Pablo Ferrando
Viernes, 3 de julio, 2015
  Valencia.

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