HOTEL
No era un horario
habitual. La dueña de la agencia le pasó una nota: Hotel
Premiun, 15 horas, habitación 325.
Quiso
presentarse a la cita sugestiva, pero no provocadora. A las once tomó
un generoso brunch
para no llegar a la hora señalada recién comida, aunque saciado el
apetito. Tardó quince minutos en elegir el conjunto que vestiría.
Media hora en combinar el atuendo con los zapatos y el bolso a juego.
Tres cuartos en combinar todo ello. La lencería le ocupó mucho
menos, eran poco más de la una y media de la tarde cuando llegó el
turno de escogerla.
Eligió
un frasco de sales de baño con manteca de Karité para suavizar la
piel, con una agradable fragancia a pétalos naturales de rosas. Lo
combinaría después con Gold Diva,
de Roberto Verino, que dicen despierta el lado más tierno de los
machos. Esperaba que fuera hombre, no se lo había aclarado la dueña
de la agencia. A veces se podría encontrar con sorpresas
desagradables.
Salió
de casa a las dos y media. No tenía bastante suelto por lo que no se
atrevió a coger un taxi. En esa ciudad hay pocos taxistas que
aceptan cobrar con la Visa. Bajó al metro, con cuidado de no
tropezar a causa de los tacones de sus Espósitos recién comprados.
Cuando
paró en el andén, la puerta del vagón se abrió y le cedieron el
paso. Estaba ocupado con oficinistas que regresaban del trabajo y
estudiantes que marchaban a las clases de la tarde. Sentada en un
lateral del vagón, se fijó en un jovencito en el asiento de
enfrente que la miraba con atención. No tendría unos diecisiete
años, la cara salpicada de acné y la testosterona humedeciendo la
imaginación. No la miraba a los ojos, y no era porque sintiese
vergüenza por lo que estaba calculando.
El
asiento del metro tenía más baja la parte de atrás, por lo que las
pantorrillas eran presa visible. Quizá había elegido una falda
demasiado corta y el color del encaje del culotte era muy disparejo
al de la falda. Estaba enojada. No volvería jamás a utilizar un
transporte público, excepto los taxis. En Nueva York seguro que
todos aceptan tarjetas. Decididamente, esta era una ciudad muy
provinciana.
Entró
en el hotel. Cinco estrellas. Era el único de la ciudad que se
merecía seis. Se fijó en las personas que esperaban en el hall,
alegrándose de que la observaran. Ninguno tenía acné, pero
posiblemente tenían protegido el corazón con carteras
personalizadas de piel de pata de avestruz.
Entró
en el ascensor, mandando al botones que pulsara el piso tres.
Subieron en silencio. Cada vez que acudía a una cita le subía la
adrenalina conforme ascendía de piso en el ascensor. Esta no era una
ocasión especial. Tenía un cuerpo bonito, gusto para el vestir, una
licenciatura y dos masters de postgrado. Y allí estaba, caminando
por un pasillo, hacia una habitación con un par de gorilas en la
puerta y a una hora tan intempestiva para encontrar un trabajo que
le disgustaba.
Los
gorilas de la puerta le solicitaron la nota que le habían entregado
en la agencia, dejándole el paso franco una vez verificada. Entró
en la habitación.
Todas
las que esperaban tenían una apariencia parecida a la suya. Estaba
prohibido exigir en el anuncio de empleo cualidades físicas más
allá de la consabida “buena presencia”. El empresario viajaba
mucho, daba al año el equivalente a dos veces la vuelta al mundo.
Para el puesto de secretaria de dirección exigían la licenciatura,
varios masters y al menos tres lenguas. Ella cumplía casi todas. Le
faltaba el último requisito. Chapurreaba algo el inglés pero
dominaba perfectamente el francés. No la dejaron hacer la prueba.
Ignacio
Cort
Me encanta como nos llevas por donde quieres y el doble juego del lenguaje
ResponderEliminar!!!!grande,autor,grande!
Me encanta como nos llevas por donde quieres y el doble juego del lenguaje
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