martes, 25 de octubre de 2016

SORPRENDIDA/O



No sé cuánto tiempo Kasperle está en funcionamiento, ni cuánto tiempo pertenezco yo, ni qué mes, ni nada de nada... ni cuando os incorporasteis vosotros, ni en qué orden. No sé los que han desaparecido del mapa, los que vinieron, dejaron un poso y no pueden continuar, ni los que aparecen y desaparecen, como el Guadiana.





Lo que sí sé es lo que a mí me afecta y es positivo a tope, veo que no nos hemos enfadado, ni intoxicado, ni arruinado, ni separado, ni nada de nada... Se ve que estamos bendecidos.

SORPRENDIDO ESTOY de que en estos tiempos, en que los políticos nos hacen un máster catastrófico en cómo comportarnos, nosotros sigamos creciendo y no en número sino en CALIDAD. ¿Quién lo iba a decir?





Sorprendido y muy sorprendido de que, por mucho que lea, sigo teniendo las mismas faltas de ortografía, será que estoy bendecido.


Carlos Aguilar


lunes, 10 de octubre de 2016

HOY EMPIEZA TODO

Era la primera vez que ya no estaba al cuidado de mis padres, fue una tragedia para mí. Cuando entré en el aula me sentía abandonado y comencé a llorar. El maestro se acercó, trató de tranquilizarme con palabras afectuosas. Invitó a sentarme en un pupitre al ver que estaba más tranquilo. Acto seguido nos pidió a toda la clase que, uno a uno, nos presentáramos y luego contásemos un chiste. Yo no sabía qué era eso de contar un chiste. Escuché con atención a los compañeros que me precedieron y comprendí que se trataba de narrar un breve relato jocoso. Cuando llegó mi turno me presenté y relaté la historia del soldadito de plomo alterando la parte final: los niños le cortaban el otro pie. Al finalizar los compañeros se quedaron en silencio, sentí una enorme decepción. Era mi primer día de colegio, aprendí lo que era un chiste y a tomar la iniciativa sin contar con mis padres.




Pablo Ferrando García

EL ALCALDE

Por la calle pasa el alcalde. Sereno vuelve de comprar la barra de pan. Son las ocho y veinte. Hoy toca el horno la espiga, mañana irá a la panadería de la Inés. El miércoles la barra la habrá hecho Juan el cojo el de Panes Impares de la esquina Doctor Zamenof. Cada día el alcalde compra el pan en un despacho diferente. La confitería de la plaza la deja para el domingo. Es la única que abre en festivos. Nadie sabe qué pan prefiere. Él lo compra, lo coloca bajo su brazo siempre en la misma posición y camina. De vuelta a casa se para frente a quien le pregunta. Y a veces, en la parada, su cabeza se enrola en la nube de aroma a recién cocido. Entonces el alcalde saliva. A veces se le mancha la manga de harina. A veces llueve. Pero sólo una vez se le ha visto arrancar la punta de la barra de a cuarto y llevársela a la boca en medio de la calle. Fue en la esquina de la calle Colón con Botánico Cabanilles. Aquella noche el alcalde no había dormido bien y por la mañana era un hombre hambriento.



Amparo Juliá



A Carlos Aguilar, inspirador de este minirrelato.

DON PABLO

Julio de 1956. Merodeaba por la Torre de Madrid de la Plaza de España. Había quedado en aquel lugar con Don José Isbert para hacerle una entrevista. Cuando llegó me estrechó la mano y accedimos a la cafetería del rascacielos. Estaba nervioso, me inspiraba mucho respeto el actor y llevaba poco tiempo de crítico de cine. Antes de comenzar a preguntarle por su profesión se me ocurrió contarle el sueño que tuve la noche anterior: me encontraba en la Facultad de Derecho, de la Universidad Complutense. Los compañeros del aula no dejaban de observarme y no comprendía la razón. La profesora entró, pasó lista y al pronunciar mi nombre, me levanté, hice un gesto reverencial inclinando ligeramente el tronco al tiempo que le corregí a la mujer en un marcado acento afrocubano: no, señora, no me llamo Pablo Ferrando García, sino Pablongo, para servirla.



 Al lado mío estaba sentado un señor calvo, bajito, narigudo y con un timbre de voz rasgado. Iba vestido de esquimal y en su mano derecha sujetaba con una cuerda a un pastor alemán. Sonrió y al sentarme de nuevo dijo que no era racista en el momento en que advertí que mi piel era negra. El hombre disfrazado de esquimal era inventor, estaba buscando la radio para ganar un concurso. Decidí acompañarle al concluir la clase. Cogimos un autobús público y enseguida nos dimos cuenta que nos habíamos perdido. Sin saber porqué nos hallábamos en Villar del Río. Al bajar del transporte público el inventor se despidió y cogió, de forma apresurada, el taxi de un hombre llamado Toni. Al alejarse vi a un hombre narigudo que tenía el mismo grano de voz que el inventor disfrazado de esquimal. Llevaba un sombrero cordobés y vestía de andaluz. Se me acercó para saludarme aguzando el oído izquierdo con su audífono: hola, me llamo Don Pablo, soy el alcalde del pueblo. Y como alcalde que soy te debo una explicación y esa explicación es la que como alcalde que soy, te la voy a dar… Me quedé atónito. Comencé a reírme y estas risas se confundieron con las del actor en la cafetería de la Torre de Madrid.



Pablo Ferrando García