La palabra
Decíamos ayer que la escalera como arquetipo de todo aquello
que nos eleva existía probablemente desde tiempos inmemoriales en la mente de
Dios; sin embargo, en lo que a la palabra se refiere, reina la más absoluta
certeza cristiana: “En el principio era el Verbo”, o sea la Palabra. Pero ¿Qué
palabra? nos preguntamos, ¿la palabra “eficiente” por ejemplo o quizás “emprendedor”
o, verbigracia, “mercado”, en el sentido
de que todo fue hecho por él y sin él nada se hizo? No, el mercado todavía no
era Dios ni podía ser aquella palabra primordial que encarnaba la razón divina
y el armonioso diálogo trino que se pronuncia “logos” en la lengua del
visionario evangelista. En arché ên ho logos, reinaba lógicamente la palabra
“logos”, en otras palabras, la palabra “Palabra”, en su suprema manifestación, pero
unos cuantos eones más tarde, por desgracia, el logos tuvo que abdicar en otra
palabra ya que el fantasioso experimento de la creación se le fue de las manos.
¿O a quién le parecería razonable y compatible con el logos invertir por
ejemplo millones de años en la investigación y desarrollo de dinosaurios, sólo
para luego eliminarlos a golpe de meteorito? No, esto carece completamente de
cualquier lógica.
Exiliados pues el logos y la razón durante millones de
milenios, la idea de la palabra finalmente se disfrazó de mythos, aquel novedoso
producto que la evolución inventó para una mente humana todavía inmadura e
incapaz de exponerse a la palabra verdadera de un pensamiento riguroso. Y
empezó el largo y arduo camino de la recuperación. Vino Sócrates con la
antorcha de la filosofía, pero sus compatriotas prefirieron su propio palabreo
a la palabra socrática; vino incluso la misma palabra, el logos por excelencia,
se hizo carne, habitó entre nosotros y también fue ejecutado, mientras que sus amorosas
palabras se hundieron en el chismoso vocabulario de la habladuría teológica.
¡Dios mío, Kyrie eleison este fracaso de salvación!
¿Seremos capaces de recuperar para nuestro futuro la clara palabra
del logos, de pensar y actuar a imagen y semejanza de la razón tanto humana
como divina? ¿O tendremos que conformarnos con las palabras grandilocuentes de
una mitología y charladuría competitiva que obedece, no al logos, sino a los
distintos logos de un mercado eficientemente emprendedor?
En el principio era el logos
Y al final quedó el logo.
¡Vaya progreso, palabra de honor!
Gerhard Ackermann
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