EL QUIMÉRICO
INQUILINO
En
una tarde calurosa y húmeda de agosto Pablo se hallaba dentro del dormitorio,
justo en el otro extremo de la entrada de la casa. Tenía la puerta cerrada para
que el aire acondicionado pudiera refrescar con eficiencia la habitación.
Estaba descansando en la cama, leyendo absorto la novela de Roland Topor, El quimérico inquilino. Solo llevaba
puesto encima un boxer negro con
bandas grises. Cuando se levantó de la cama el corto pelo gris se le quedó en
punta. Acto seguido recogió el audífono de la mesita de noche. Se percató de que
tenía la boca seca, por lo que decidió acudir a la cocina a tomar agua fresca.
La desasosegante narración de Topor le había dejado sin apenas aliento.

Salió
apagando la luz del cuarto y una vez alcanzado el umbral del pasillo se fijó en
un pequeño punto de color verde derramado sobre el suelo oscuro. Pero no era un
minúsculo círculo, en uno de sus extremos se extendía un fino y brillante hilo
de luz en la oscuridad del pasillo. Pablo siguió con la mirada la estela
luminosa hasta que tropezó con un Policía Nacional corpulento y de estatura
elevada empuñando la pistola con el punto de mira láser activado. ¡Ostia!, gritó
Pablo ante su presencia ominosa. El agente soltó en un tono elevado y firme:
¿Es usted el propietario de la casa? Pablo se acercó entre amedrentado y
asombrado por la aparición de aquel policía; respondió a un par de metros, ya
en el recibidor, sin comprender aún qué demonios hacía ese hombre en su casa:
¡Pues claro que soy…! No acabó la frase porque se quedó horrorizado al ver a
cinco agentes más de la policía en la entrada de su casa acompañando a Adelina,
la vecina de enfrente. La escena era grotesca: el inquilino iba descalzo, con
el bóxer negro con bandas grises y los pelos canosos en punta. En torno a él
merodeaban los agentes que, al ver a Pablo casi en cueros, se mordieron la
lengua y le dieron la espalda para evitar reírse delante de sus narices
¿Pero…qué coño pasa?, exclamó Pablo anonadado por la siniestra situación. El
capitán, que fue quien se había dirigido a él desde el pasillo fue el único en
contenerse. Trató de ponerse serio por su cargo, deseaba terminar de resolver
el incidente: vamos a ver, caballero, llevamos veinte minutos llamándole al
timbre, además de los otros quince o veinte de la vecina, que ha sido la que
nos ha telefoneado ¿No, nos ha oído? Hemos llegado incluso a dar golpes a la
puerta pero no recibíamos respuesta de usted… ¿Dónde se encontraba?¿Podría
decirnos lo que estaba haciendo? Pablo se sintió abochornado, trató de
desaparecer de allí pero quiso aclararlo todo al quitarse el aparato del oído
izquierdo. A su vez admitía, confundido, que no había escuchado nada, que tenía
la puerta de la habitación cerrada: desde ese extremo de la casa no se oye
nada…El oficial replicó: ¡Pues tenga más cuidado con la puerta, señor, que la
tenía abierta y un día va a tener un susto de verdad…! Hemos venido porque su
vecina nos ha llamado alertando de un posible secuestro o amordazamiento. De
ahí que nos hemos visto obligados a traer dos patrullas de apoyo... Pablo se
disculpó y poco a poco los agentes fueron retirándose de su casa. El capitán
fue el último en irse, pero antes de despedirse le reiteró la amonestación:
bueno, pues lo dicho, caballero, tenga usted más cuidado a partir de ahora.
Buenas tardes.

Mientras
tanto, Pablo se preguntaba, en voz alta, cómo se había dejado la puerta
abierta: recuerdo haber salido a la calle para hacer un recado. Luego vine aquí
y cerré la puerta…a no ser…a no ser que al empujarla desde dentro no lo hiciera
con suficiente fuerza y una corriente de aire la dejara finalmente
entreabierta. Justo cuando Pablo estaba sopesando lo ocurrido Adelina se había
acercado a él para preguntarle a bocajarro: ¿has visto a Tarantino? Sigue sin
aparecer… Pablo aún estaba confundido por lo que acababa de suceder. Ni
siquiera se había percatado de la presencia de la mujer. Ella intentaba
tranquilizarse diciendo cuanto le pasaba por la cabeza sin dejar un instante de
silencio: lo siento, Pablo, he tenido que llamar a la policía…antes de hacerlo,
he estado a punto de entrar en tu casa para buscar a Tarantino. Primero había
pensado que te habías olvidado de cerrar la puerta, porque sé que eres un poco
despistado... pero, de pronto, al ver que no respondías y estaba todo a oscuras
he empezado a asustarme…
Pablo
ya había recobrado la conciencia y escuchaba, con efecto retardado, a su
vecina: ah, probablemente Tarantino estará jugando con Haneke, mi perro.
Adelina
quería seguir donde se había quedado sin haber escuchado la aclaración de su
vecino: total, me quedo parada y pienso…¡ostras!, a ver si hay dentro unos
ladrones que han atado o han dejado inconsciente a Pablo con la intención de
robarle o hacerle vete tú a saber…
Para
acabar de arreglarlo atajó de inmediato las proyecciones delirantes y veladamente
eróticas de Adelina: sí, mujer, seguro…con lo poco que tengo y encima con los
pelos en punta y en calzoncillos…
Pablo
Ferrando García.
5 de
septiembre, 2018.