jueves, 20 de septiembre de 2018


DÉJAME SALIR


José acaba de sentarse en la séptima fila cuando Juan entra desorientado en la sala de cine; lleva en sus manos la entrada y comprueba, con gesto dudoso, el enorme número siete pegado en la pared. Juan se detiene por un instante y echa una ojeada hacia las butacas. Esboza una elocuente sonrisa al percatarse de la presencia de José.

  • Hombre, José, ¿qué tal estás?

Juan se acerca a él, impaciente, estira todo su cuerpo alargando el brazo en dirección al amigo. José se incorpora para estrecharle la mano.

  • Hola, Juan. Estoy bien. Vamos tirando.
  • ¿Pasan aquí Wonder Wheel, la de Woody Allen?
  • No, ponen Déjame salir. Es una comedia con un poco de thriller.
  • Pues los siento, pero voy a tener que irme antes de que empiece la proyección.
  • Caramba, cómo pasa el tiempo, hacía mucho que no nos veíamos… la verdad es que los días pasan a una velocidad de vértigo ¿Te acuerdas cuando vimos juntos Déjame entrar? He llegado a pensar que esta película es su continuación…
  • Fíjate, hace de esto ya diez años. Tenía sesenta, pero aún me sentía bien. Todavía no era viudo y disfrutaba de mis pequeñas cosas…ahora…
  • Venga, Juan, no te quejes…estamos vivos y eso es lo que importa…


Juan se gira dándole la espalda y alza el brazo derecho en señal de despedida. Comienza a caminar hacia la puerta.
Un rato después termina la proyección y se ilumina la sala. José babea levemente con la cabeza inclinada sobre su hombro. Los párpados se abren pesadamente cobrando conciencia del lugar en el que se encuentra. Ya no queda nadie, se levanta aturdido y somnoliento, sale por la puerta de emergencia creyendo que es el lugar natural de salida a la calle. Toma las escaleras. De pronto, su móvil vibra y emite unos timbrazos. Se pone nervioso al tratar de activar el dispositivo para escuchar la grabación de audio. El móvil se escurre entre sus torpes manos. Al tratar de recuperarlo en el aire pierde el equilibrio y cae descoyuntándose la nuca sobre el rellano. Fallece en el acto. A su lado suena el mensaje de voz:

  • Hola, José. Había pensado quedar el próximo miércoles ¿Qué te parece si nos ponemos al día y luego vemos la última película de Haneke, Happy End?



Pablo Ferrando García
22/12/2017



DÉJAME ENTRAR


Recuerdo que entré en la sala de cine despistado a causa de mi ensimismamiento. Llevaba unos días deprimido, los médicos me habían diagnosticado disfunción renal y pronosticaban tratamiento de diálisis. Con mis setenta años ya no se puede esperar otra cosa… Encontré a mi amigo José en aquella sala. La verdad, me alegró verlo, hacía años que no sabía nada de él. Le pregunté si pasaban en aquella sala la última película de Woody Allen, Wonder Wheel


Me aclaró que no, ponían Déjame salir. Visto ahora parece un chiste macabro…¿verdad? El caso es que tuve que despedirme deprisa por miedo a que empezara la sesión. Así que me alejé de él precipitadamente. Cuando alcancé el pasillo tuve remordimientos por haber dejado con la palabra en la boca a José. Entonces decidí dejarle un mensaje en el buzón de su móvil proponiéndole quedar la semana siguiente para ir a ver la última película de Haneke, Happy End. Me extrañó que no contestara. Al cabo de un par de días leí en el periódico que José había fallecido en las escaleras de emergencia. Al parecer, se equivocó de salida y sufrió un estúpido accidente, tropezó y luego se desnucó. Estuvo dos días en aquellas escaleras sin que los trabajadores de los cines lo encontrasen sin vida. No acabo de quitármelo de la cabeza.

  • ¿No llegaste hablar nada más con José antes de salir de la sala? –preguntó la psicoanalista–
  • Sí, me recordó la última película que vimos juntos. Era de terror y romántica a la vez: Déjame entrar.
  • Lo dejamos en este punto…





Pablo Ferrando García
23/12/2017


sábado, 8 de septiembre de 2018


EL QUIMÉRICO INQUILINO


En una tarde calurosa y húmeda de agosto Pablo se hallaba dentro del dormitorio, justo en el otro extremo de la entrada de la casa. Tenía la puerta cerrada para que el aire acondicionado pudiera refrescar con eficiencia la habitación. Estaba descansando en la cama, leyendo absorto la novela de Roland Topor, El quimérico inquilino. Solo llevaba puesto encima un boxer negro con bandas grises. Cuando se levantó de la cama el corto pelo gris se le quedó en punta. Acto seguido recogió el audífono de la mesita de noche. Se percató de que tenía la boca seca, por lo que decidió acudir a la cocina a tomar agua fresca. La desasosegante narración de Topor le había dejado sin apenas aliento.




Salió apagando la luz del cuarto y una vez alcanzado el umbral del pasillo se fijó en un pequeño punto de color verde derramado sobre el suelo oscuro. Pero no era un minúsculo círculo, en uno de sus extremos se extendía un fino y brillante hilo de luz en la oscuridad del pasillo. Pablo siguió con la mirada la estela luminosa hasta que tropezó con un Policía Nacional corpulento y de estatura elevada empuñando la pistola con el punto de mira láser activado. ¡Ostia!, gritó Pablo ante su presencia ominosa. El agente soltó en un tono elevado y firme: ¿Es usted el propietario de la casa? Pablo se acercó entre amedrentado y asombrado por la aparición de aquel policía; respondió a un par de metros, ya en el recibidor, sin comprender aún qué demonios hacía ese hombre en su casa: ¡Pues claro que soy…! No acabó la frase porque se quedó horrorizado al ver a cinco agentes más de la policía en la entrada de su casa acompañando a Adelina, la vecina de enfrente. La escena era grotesca: el inquilino iba descalzo, con el bóxer negro con bandas grises y los pelos canosos en punta. En torno a él merodeaban los agentes que, al ver a Pablo casi en cueros, se mordieron la lengua y le dieron la espalda para evitar reírse delante de sus narices ¿Pero…qué coño pasa?, exclamó Pablo anonadado por la siniestra situación. El capitán, que fue quien se había dirigido a él desde el pasillo fue el único en contenerse. Trató de ponerse serio por su cargo, deseaba terminar de resolver el incidente: vamos a ver, caballero, llevamos veinte minutos llamándole al timbre, además de los otros quince o veinte de la vecina, que ha sido la que nos ha telefoneado ¿No, nos ha oído? Hemos llegado incluso a dar golpes a la puerta pero no recibíamos respuesta de usted… ¿Dónde se encontraba?¿Podría decirnos lo que estaba haciendo? Pablo se sintió abochornado, trató de desaparecer de allí pero quiso aclararlo todo al quitarse el aparato del oído izquierdo. A su vez admitía, confundido, que no había escuchado nada, que tenía la puerta de la habitación cerrada: desde ese extremo de la casa no se oye nada…El oficial replicó: ¡Pues tenga más cuidado con la puerta, señor, que la tenía abierta y un día va a tener un susto de verdad…! Hemos venido porque su vecina nos ha llamado alertando de un posible secuestro o amordazamiento. De ahí que nos hemos visto obligados a traer dos patrullas de apoyo... Pablo se disculpó y poco a poco los agentes fueron retirándose de su casa. El capitán fue el último en irse, pero antes de despedirse le reiteró la amonestación: bueno, pues lo dicho, caballero, tenga usted más cuidado a partir de ahora. Buenas tardes.




Mientras tanto, Pablo se preguntaba, en voz alta, cómo se había dejado la puerta abierta: recuerdo haber salido a la calle para hacer un recado. Luego vine aquí y cerré la puerta…a no ser…a no ser que al empujarla desde dentro no lo hiciera con suficiente fuerza y una corriente de aire la dejara finalmente entreabierta. Justo cuando Pablo estaba sopesando lo ocurrido Adelina se había acercado a él para preguntarle a bocajarro: ¿has visto a Tarantino? Sigue sin aparecer… Pablo aún estaba confundido por lo que acababa de suceder. Ni siquiera se había percatado de la presencia de la mujer. Ella intentaba tranquilizarse diciendo cuanto le pasaba por la cabeza sin dejar un instante de silencio: lo siento, Pablo, he tenido que llamar a la policía…antes de hacerlo, he estado a punto de entrar en tu casa para buscar a Tarantino. Primero había pensado que te habías olvidado de cerrar la puerta, porque sé que eres un poco despistado... pero, de pronto, al ver que no respondías y estaba todo a oscuras he empezado a asustarme…
Pablo ya había recobrado la conciencia y escuchaba, con efecto retardado, a su vecina: ah, probablemente Tarantino estará jugando con Haneke, mi perro.
Adelina quería seguir donde se había quedado sin haber escuchado la aclaración de su vecino: total, me quedo parada y pienso…¡ostras!, a ver si hay dentro unos ladrones que han atado o han dejado inconsciente a Pablo con la intención de robarle o hacerle vete tú a saber…
Para acabar de arreglarlo atajó de inmediato las proyecciones delirantes y veladamente eróticas de Adelina: sí, mujer, seguro…con lo poco que tengo y encima con los pelos en punta y en calzoncillos…



Pablo Ferrando García.
5 de septiembre, 2018.
                                                                          




viernes, 7 de septiembre de 2018


YO TAMBIÉN


Si. Merezco la bofetada, me ha costado admitirlo, lo reconozco. Estuve coqueteando toda la noche con Roberto y no te hice caso. Si estoy comprometida contigo debiera haber sido más considerada. Estuve ciega por el encantamiento de ese hombre tan sabio y seductor. Me sentía fascinada por él, no podía apartarme de su hechizo. Por eso no logré darme cuenta de tus demandas…

Un largo silencio invade el despacho en penumbra. Victoria y Román están sentados frente a frente. Se miran directamente a los ojos, solo una sobria mesa de madera les separa, sin embargo parecen encontrarse distantes. El hombre reclina la espalda hacia delante apoyando las manos sobre el escritorio mostrando una mirada neutra ¿De qué película es este monólogo, Victoria? La mujer contesta con ironía y firmeza: amigo mío, esto es de la realidad, es cosecha mía, es la confesión que voy a hacer esta noche a mi pareja, pero bien podría servir para el papel que me tienes reservado en tu próxima película.
Román mantiene la misma posición, sólo se ha producido un cambio en el brillo de sus ojos, que ahora son más chispeantes. El hombre responde con altivez: aún no tengo claro si te voy a dar el personaje…

Otro silencio, aún más afilado, se interpone entre los dos. La actriz dibuja una expresión taimada, comienza a desabrocharse la blusa e inclina su cabeza hacia sus pechos. Interrumpe la acción y levanta la vista: ¿Nos olvidamos por un momento de nuestros papeles?






Román se pone rígido, visiblemente nervioso. Duda un instante, pero cuando ve a Victoria quitarse los zapatos y la falda, aún sentada, se levanta de la silla y rápidamente se quita la ropa hasta quedarse en calzoncillos. Victoria, en cambio, se ha detenido mientras vuelve a alzar de nuevo la mirada hacia Román.  Coge la falda y los zapatos del suelo y al llegar al umbral de la puerta se detiene y le increpa: no me hubiera importado coquetear contigo por el cariño que me profesas, pero esto sobraba… hasta ahora hemos sido amigos…¿no?


Pablo Ferrando García.
 septiembre, 2018.