sábado, 8 de septiembre de 2018


EL QUIMÉRICO INQUILINO


En una tarde calurosa y húmeda de agosto Pablo se hallaba dentro del dormitorio, justo en el otro extremo de la entrada de la casa. Tenía la puerta cerrada para que el aire acondicionado pudiera refrescar con eficiencia la habitación. Estaba descansando en la cama, leyendo absorto la novela de Roland Topor, El quimérico inquilino. Solo llevaba puesto encima un boxer negro con bandas grises. Cuando se levantó de la cama el corto pelo gris se le quedó en punta. Acto seguido recogió el audífono de la mesita de noche. Se percató de que tenía la boca seca, por lo que decidió acudir a la cocina a tomar agua fresca. La desasosegante narración de Topor le había dejado sin apenas aliento.




Salió apagando la luz del cuarto y una vez alcanzado el umbral del pasillo se fijó en un pequeño punto de color verde derramado sobre el suelo oscuro. Pero no era un minúsculo círculo, en uno de sus extremos se extendía un fino y brillante hilo de luz en la oscuridad del pasillo. Pablo siguió con la mirada la estela luminosa hasta que tropezó con un Policía Nacional corpulento y de estatura elevada empuñando la pistola con el punto de mira láser activado. ¡Ostia!, gritó Pablo ante su presencia ominosa. El agente soltó en un tono elevado y firme: ¿Es usted el propietario de la casa? Pablo se acercó entre amedrentado y asombrado por la aparición de aquel policía; respondió a un par de metros, ya en el recibidor, sin comprender aún qué demonios hacía ese hombre en su casa: ¡Pues claro que soy…! No acabó la frase porque se quedó horrorizado al ver a cinco agentes más de la policía en la entrada de su casa acompañando a Adelina, la vecina de enfrente. La escena era grotesca: el inquilino iba descalzo, con el bóxer negro con bandas grises y los pelos canosos en punta. En torno a él merodeaban los agentes que, al ver a Pablo casi en cueros, se mordieron la lengua y le dieron la espalda para evitar reírse delante de sus narices ¿Pero…qué coño pasa?, exclamó Pablo anonadado por la siniestra situación. El capitán, que fue quien se había dirigido a él desde el pasillo fue el único en contenerse. Trató de ponerse serio por su cargo, deseaba terminar de resolver el incidente: vamos a ver, caballero, llevamos veinte minutos llamándole al timbre, además de los otros quince o veinte de la vecina, que ha sido la que nos ha telefoneado ¿No, nos ha oído? Hemos llegado incluso a dar golpes a la puerta pero no recibíamos respuesta de usted… ¿Dónde se encontraba?¿Podría decirnos lo que estaba haciendo? Pablo se sintió abochornado, trató de desaparecer de allí pero quiso aclararlo todo al quitarse el aparato del oído izquierdo. A su vez admitía, confundido, que no había escuchado nada, que tenía la puerta de la habitación cerrada: desde ese extremo de la casa no se oye nada…El oficial replicó: ¡Pues tenga más cuidado con la puerta, señor, que la tenía abierta y un día va a tener un susto de verdad…! Hemos venido porque su vecina nos ha llamado alertando de un posible secuestro o amordazamiento. De ahí que nos hemos visto obligados a traer dos patrullas de apoyo... Pablo se disculpó y poco a poco los agentes fueron retirándose de su casa. El capitán fue el último en irse, pero antes de despedirse le reiteró la amonestación: bueno, pues lo dicho, caballero, tenga usted más cuidado a partir de ahora. Buenas tardes.




Mientras tanto, Pablo se preguntaba, en voz alta, cómo se había dejado la puerta abierta: recuerdo haber salido a la calle para hacer un recado. Luego vine aquí y cerré la puerta…a no ser…a no ser que al empujarla desde dentro no lo hiciera con suficiente fuerza y una corriente de aire la dejara finalmente entreabierta. Justo cuando Pablo estaba sopesando lo ocurrido Adelina se había acercado a él para preguntarle a bocajarro: ¿has visto a Tarantino? Sigue sin aparecer… Pablo aún estaba confundido por lo que acababa de suceder. Ni siquiera se había percatado de la presencia de la mujer. Ella intentaba tranquilizarse diciendo cuanto le pasaba por la cabeza sin dejar un instante de silencio: lo siento, Pablo, he tenido que llamar a la policía…antes de hacerlo, he estado a punto de entrar en tu casa para buscar a Tarantino. Primero había pensado que te habías olvidado de cerrar la puerta, porque sé que eres un poco despistado... pero, de pronto, al ver que no respondías y estaba todo a oscuras he empezado a asustarme…
Pablo ya había recobrado la conciencia y escuchaba, con efecto retardado, a su vecina: ah, probablemente Tarantino estará jugando con Haneke, mi perro.
Adelina quería seguir donde se había quedado sin haber escuchado la aclaración de su vecino: total, me quedo parada y pienso…¡ostras!, a ver si hay dentro unos ladrones que han atado o han dejado inconsciente a Pablo con la intención de robarle o hacerle vete tú a saber…
Para acabar de arreglarlo atajó de inmediato las proyecciones delirantes y veladamente eróticas de Adelina: sí, mujer, seguro…con lo poco que tengo y encima con los pelos en punta y en calzoncillos…



Pablo Ferrando García.
5 de septiembre, 2018.
                                                                          




1 comentario:

  1. Me parto y me mondo porque me lo he creido todo de cabo a rabo. Si no es verdad, lo has presentado con todos los elementos y detalles de verosimilitud.

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