lunes, 2 de junio de 2014

LA MANO

La ayudante la cogió con fuerza por los pies sujetándola por la nuca con ternura. No hizo falta cachetearla, avisó con premura de que estaba dispuesta para vivir muchos años, exhibiéndolo con un alarido de felicidad, mientras la doctora le cortaba el cordón umbilical.

Así tal cual me la entregaron, envuelta en una  batita de tela de toalla, temiendo que se me resbalara por culpa del líquido que aún la cubría. Parecía que volvería a romper a llorar cuando su mano se agarró a mi dedo, deseando  que la acompañara en esos primeros instantes de su vida. Me cogió con energía, como si necesitara que le transmitiera seguridad.


Entonces, se me agigantó de felicidad el corazón.

Ignacio Cort

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