Tu mano en la mía.
Manu,
abreviatura de Manolo –así le llaman los amigos y familiares–, se dirige al
entierro de su abuelo Gabriel en el autobús urbano. Decide darse un paseo por
la ciudad. Desde la ventana del vehículo advierte un parque situado en la
mediana de una avenida. Dentro del pequeño espacio público cuadrangular hay
juegos recreativos para los niños y unos pocos árboles que hacen las veces de
valla natural. En el interior del recinto nota la presencia de un anciano
acompañado de quien parece ser su nieto. Cuando Manu se fija en el hombre mayor le llama la atención que se inclina
hacia el niño y le obsequia una piedra redonda. Entonces el crío esboza una
sonrisa, se agacha al suelo para coger otra piedra y se la regala. Manu tiene la sensación de oír las
palabras de su abuelo: “hijo, cuando
tengas algún problema, coge esta piedra, la tomas en tu mano y piensa que estés
donde estés yo estaré contigo.” Manu
ha cerrado los ojos, evoca aquella imagen de su infancia con una sonrisa.
Al cabo de un rato el autobús
público se detiene en una parada y entra como un torbellino una joven pareja.
El chico se parece a Manu pero con
diez años menos que ahora y la muchacha es Maite. Los novios se sientan al lado
de él. Está viendo cómo el joven aproxima su mano dubitativa a la de ella mientras
la devora con los ojos. Manu recuerda
su sorpresa al coger por primera vez la fría mano de Maite. De pronto contempla
por la ventana un accidente de tráfico. En medio del barullo de la policía y la
ambulancia Manu observa una sábana
cubriendo un cuerpo sin vida; sólo la mano sobresale del sudario improvisado y
reconoce el anillo verde que le regaló a Maite. Había sido atropellada al
cruzar la calle sin mirar. La palma de la mano está vacía, tiene la misma
postura que adoptó la primera noche que hicieron el amor, cuando ella se quedó dormida:
los dedos se encontraban estirados y la palma sobre el suelo.
Manu
llega al tanatorio y se encuentra con su abuela Pilar. Le besa las mejillas y
la mujer, afligida ante el saludo, le dice que Gabriel le había dejado una cosa
para él. Le entrega una gastada cajita de chopo. Manu, conmocionado, la coge entre sus manos, abre la tapa y
advierte una piedra común e irregular. De su bolsillo saca la piedra redonda y
la pone junto a la de Gabriel. En ese instante tuvo la fuerte sensación de que
lo estaba mirando con una expresión risueña, de que estaba a su lado.
Pablo Ferrando
Valencia, 30 de mayo, 2014
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