domingo, 16 de febrero de 2014


Olmo solitario
Un crítico de cine y realizador me animaba, hace apenas un mes, a participar en un libro colectivo cuyo tema era el árbol. Debía ser un relato breve, apenas un folio de extensión a lo sumo. Accedí de inmediato, pero luego caí en la cuenta que me iba de viaje a Portugal, concretamente a Covilhã. Tenía (y aún tengo) el propósito de hacer un trabajo de investigación sobre la obra de Jõao César Monteiro. Necesito acercarme a su país para conocer mejor la cultura popular lusitana. Ahora, cuando tomo un café con leche en el bar de la Biblioteca Central de la Universidade da Beira, mientras observo la brumosa niebla del jardín desde la ventana, ahora, digo, recuerdo el encargo literario. O tal vez ha sido cuando mi vista se ha fijado en un pequeño, enjuto y escuchimizado olmo. Desde mi posición elevada parece aún más reducido. La fina y contumaz lluvia está calando las ramas magras y huesudas. Observo los nudos de las extensiones superiores del árbol y en ellas resbalan unas gruesas gotas de agua, lo cual destaca más los nervios de las ramas que apuntan a un cielo gris metálico. De pronto cierro los ojos y evoco las reposadas y armoniosas notas de la Fantasía en Greensleeves de Ralph Vaughan Williams. Pero su calidez melódica contrasta con el ambiente gélido del bar.
Vuelvo a mirar el jardín, advierto que el único habitante del mismo es el árbol menudo. La soledad del pequeño olmo me inspira la idea de escribir un relato en torno a la íntima declaración del protagonista masculino de In the mood for love, del director honkongés Wong Kar Wai. Podría contar la historia de su confesión sobre la oquedad del tronco de un árbol. Aquello que el espectador nunca llega a escuchar en la lírica y estilizada película me parece un buen material narrativo, aunque el motivo dramático debiera ser realmente grave y acorde a la sensibilidad actual. Sin embargo, por asociación de ideas, acabo de caer en la cuenta de otra hermosa historia de amor cinematográfica, aún más turbulenta y trágica si cabe titulada Oasis, del guionista, novelista y director surcoreano Lee Chang-dong. En el punto culminante de la película el joven protagonista, que sufre una deficiencia mental es capaz de manifestar una abierta declaración a la joven amada desde lo alto de un árbol. Va cortando con una sierra metálica las ramas como gesto generoso de amor. Pretende que la joven parapléjica, abandonada a su suerte por la cruel e inhumana familia, pueda darse cuenta desde su ventana de que la ama y de que el cuadro que adorna su habitación ya no tendrá más sombras siniestras que puedan atemorizarla…Es una historia universal, puede suceder en cualquier parte del mundo, pienso, pero el tono pesimista y áspero del relato me obliga a aparcar una posible adaptación hispana.
Dejo la taza del café con leche y me dirijo a la sala de la Biblioteca Central. Me dispongo a anotar las ideas que acabo de recoger. Cuando termino de escribir las primeras ocurrencias me quedo paralizado en la última línea al ver la mitad del folio en blanco. No sé qué escribir más y pienso en mi estado de ánimo, en el escuálido olmo que acabo de ver y con el que me siento un poco identificado. Por azares del destino escucho, en la radio que disfruta el conserje, los melancólicos acordes de Eleni Karaindrou. Suena la banda sonora de la secuencia final de la poética película de Angelopoulos, Paisaje en la niebla, cuando los niños protagonistas se acercan al árbol primigenio envueltos en el paisaje brumoso. Lo tocan suavemente, amorosamente, respetuosamente, como si fuera el árbol de la vida, el árbol del cine. Entonces se me ocurre pensar en la mejor solución para mi posible relato literario: escribir una fábula, un viaje iniciático, una pequeña historia sobre mi experiencia cotidiana y personal en Covilhã donde todo se reduce a ese paisaje en la niebla en medio de un olmo solitario.


Pablo Ferrando. Covilhã, Quinta feira, 13 de fevereiro 2014.

1 comentario:

  1. Y de nuevo la magia.
    Leyendo y sintiendo.
    Tu escrito, querido hermano, hace que la vida tenga sentido.
    Doy las gracias por estos pequeños regalos.

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