Una redacción me ha mandado hacer Violante ……
El árbol se asemeja a nuestro paso por la Vida
en que es mucho más agradecido subir que bajar. Si miserable es lo segundo, lo
primero, subir, tiene mil interpretaciones, a cada cual más conveniente.
Subir puede equipararse con ascender, bien en
el plano visual para otear el horizonte, bien en el pleno derecho sobre
personas o cosas.
Yo he ascendido poco, la verdad; quizá mi
mayor logro en la vida fue elevarme por las ramas de un enorme cerezo centenario
(o así) que estaba junto a la vereda, en mi camino habitual para ir al pueblo
durante los veranos. Escalaba con la pretensión de coger las pocas cerezas que
habían dejado los recolectores. Mala suerte, las escasas que habían estaban
picadas por los petirrojos que se acercaban al atardecer.
También
el subir logra asemejarse a trepar, tanto en la escala social como junto a un
benefactor o mecenas, aunque actualmente se le llame director, empresario o
simplemente jefe. Vamos, hay personas que justifican el decir de que “a quien
buen árbol se arrima, buena sobre le cobija”.
Yo, como trepar, pero lo que se dice trepar,
lo hice en las noches de estío por el viejo nogal que había junto a la tapia
del cine de verano del pueblo. Allí me vi, junto con otros compañeros de pocos
posibles, películas tan toscas como “Quince
bajo la lona”, un film laudatorio de las milicias universitarias. Me
arrepentí toda la vida por el hambre que pasé (no había ni una puñetera nuez en
todo el árbol) y lo incómoda de la postura. Tampoco los films ayudaban; conste.
Pero como soy de la especie humana (o así), tropecé muchas veces en la misma piedra,
con tal de ahorrar las tres pesetas que costaba la entrada a los bancos
laterales de la pomposamente llamada Terraza
Jardín.
Entre el común de los mortales, los hay
quienes se encumbran sobre las copas de la sociedad, llenos de glamour y sus
nombres salen en el papel couché. También acaecen quienes se encaraman sobre
los demás, pisando a los iguales para intentar llegar a la codiciada copa del
árbol de la vida.
Dicha circunstancia me ocurrió durante uno o
dos años de mi adolescencia, en los meses de mayo y adyacentes, cuando todos
los compañeros del colegio (e inclusive de los colegios más cercanos y hasta
alguno de barriadas periféricas), a la salida de clase, corríamos como posesos hasta
las pocas moreras que habitaban el centro de la ciudad. Una vez llegados, y sin
resuello, arramblábamos con todas las hojas que podíamos para la comida de
nuestros gusanos de seda. Tal era la vehemencia con que trepábamos que sufrí
más de un pisotón de otro amigo de los gusanos cuando sujetaba las ramas en mi
atropellada ascensión.
Otros árboles con los que tuve una relación
sadomasoquista en mi juventud fueron los almendros y los olivos de la finca de
mi abuelo. Durante la temporada de la cosecha, después de varearlos con
decisión y crueldad, teníamos que coger del suelo todos los frutos que habían
caído fuera de las lonas. Disfrutábamos de poca pericia; casi todas las
almendras y/o aceitunas caían fuera de las lonas, e inclusive en el ribazo, por
lo que pasábamos la mayor parte del día recogiéndolas, con el culo más alto que
la cabeza.
También hay personas que se andan por las
ramas, por ejemplo yo mismo con esta redacción que nos ha mandado la seño,
aunque espero de vuestra benevolencia y no caer en una temida reprobación, pues
ya se sabe que “del árbol caído todo el mundo hace leña”.
Lo malo es bajar, sobre todo de los árboles.
Casi nunca se baja comme il faut, que
sería lo deseable. Por regla general uno se tira, se cae, se resbala, inclusive
se despeña. ¿O sería más apropiado decir se desrama? A esa situación, en la
vida real, se le llama infortunio y hay más desventura cuanto de más alto se
cae. De ahí que se diga aquello de “más dura será la caída”.
Ignacio Cort
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