lunes, 2 de noviembre de 2015

ANSELMO


A mi querido amigo Alfonso Guiard, fundador de este relato.


Anselmo mira concentrado el brazo izquierdo de la mujer que acaba de llegar a su taller. Al hombre le brillan los ojos de forma extraña, acude a un cajón y blande un cuchillo en su mano derecha ortopédica. La mujer está distraída, mirando hacia el suelo, tratando de encontrar a Tarantino, un gato persa que se le ha escurrido entre los brazos. El taxidermista se acerca por detrás sin que ésta se percate. Tarantino está explorando los armarios cuando oye primero un crujido seco y luego un suspiro agudo y desmayado. El hombre sale atropelladamente del estudio, abre una puerta verde aneja a éste y la cierra. A la altura de la misma hay una estampa de Ana San Bartolomé que acoge con arrobo en sus brazos a la agonizante Santa Teresa de Jesús.


Un día después Anselmo se encuentra en Alba de Tormes, visitando la Basílica de Santa Teresa de Jesús. Es el cuatro de octubre, frente al relicario hay un nutrido grupo de turistas y devotos mirando el sepulcro donde se conserva el cuerpo incorrupto, el brazo izquierdo y el corazón de la santa. Anselmo dirige la mirada a los visitantes y fieles. El rostro es inexpresivo, pero se transforma cuando se pone a rezar de manera extasiada. Unos minutos más tarde sale del ensimismamiento, observa los alrededores, parece estar concentrado, como si estuviera planeando algo. Vuelve a mirar el reloj y sale de la iglesia.

Una semana más tarde viaja a Roma, París, Lisboa y finalmente a Madrid. En cada una de las capitales visita los relicarios de la fundadora de las carmelitas. En Roma, un pie y la mandíbula; en París, un dedo; en Lisboa, la mano izquierda. Por último, en Madrid, la mano derecha que conservaba el generalísimo Francisco Franco en el Palacio del Pardo. A la hora de realizar el peregrinaje lleva a cabo el mismo ritual. En el momento de entrar en la habitación del hotel primero deja una nevera de plástico en el interior de un armario, acto seguido ordena su ropa, luego se abandona y callejea por las capitales. El segundo día del viaje visita los relicarios. Avanzada la noche acude de nuevo a los espacios de culto. Entra en ellos furtivamente, saca de la neverita un miembro humano y lo restituye por el de la santa, que a su vez  guarda en el recipiente refrigerado. Luego se aleja del lugar con la misma cautela e invisibilidad.


Cuando vuelve a su casa encuentra merodeando en el taller a Tarantino. Saluda al gato y acto seguido se precipita a la habitación verde donde comienza a depositar delicadamente, al pie de una estatua de Santa Teresa de Jesús de metro y medio, cada uno de los relicarios suplantados. Un par de velas flanquean la pequeña estatua religiosa. Las paredes están adornadas de estampas y cuadros de la santa. En el lado derecho hay una estantería de libros de la religiosa: Camino de perfección, Conceptos del amor de Dios, Las moradas. Cuando ha colocado cada una de las piezas frente al improvisado altar se arrodilla e inclina la cabeza concentrándose en la oración. Cierra los ojos en silencio, pero sale del recogimiento al percatarse de la presencia de Tarantino, que ha cogido con la boca un dedo. El felino se fuga con la presa capturada en el pequeño santuario privado cuando percibe a Anselmo con el ceño fruncido.

Pablo Ferrando
Noviembre 2015




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