LA LÍNEA DE LA MANO
De una carta tirada sobre la
mesa sale una línea que corte por la plancha de pino y baja por una pata. Basta
mirar bien para descubrir que la línea continúa por el piso de parqué, remonta
el muro, entra en una lámina que reproduce un cuadro de Boucher, dibuja la
espalda de una mujer reclinada en un diván, y por fin escapa de la habitación
por el techo y desciende en la cadena del pararrayos hasta la calle. Ahí es
difícil seguirla a causa del tránsito pero con atención se la verá subir por la
rueda del autobús estacionado en la esquina y que lleva al puerto.
Allí baja
por la media de nilón cristal de la pasajera más rubia, entra en el territorio
hostil de las aduanas, rampa y repta y zigzaguea hasta el muelle mayor, y allí
(pero es difícil verla, sólo las ratas la siguen para trepar a bordo) sube al
barco de turbinas sonoras, corre por las planchas de la cubierta de primera
clase, salva con dificultad la escotilla mayor y en una cabina donde un hombre
triste bebe coñac y escucha la sirena de partida, remonta por la costura del
pantalón, por el chaleco de punto, se desliza hasta el codo, y con el último
esfuerzo se guarece en la palma de la mano derecha, que en ese instante empieza
a cerrarse sobre la culata de una pistola.
Julio Cortázar.
Historias de Cronopios y de
Famas.
Este delicioso microrrelato es aportación de Pablo Ferrando
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