sábado, 29 de marzo de 2014

La escalera

En la asociación de cine, con mis compañeros gafapastas, elaborábamos críticas que se ceñían al cine ”intelectual”, turnándonos un único pase del Babel para todos. Hablábamos durante horas de Kieslowski sacando rebuscadas teorías acerca de la intención de sus planos. Siempre en la lucha por la búsqueda de una vuelta de tuerca, dotábamos de simbolismo aquello que no lo tenía. Y es que hay veces que las palomas están ahí, porque simplemente no atienden órdenes de dirección. Pero nos daba igual. Disfrutábamos de una misma pasión.

Y si el de autor es mi preferido, no excluye cualquier otra categoría. Porque lo que más me apasiona en el mundo, es el cine. En cada una de sus expresiones. Y eso lo llevo dentro desde siempre; aprendí a fumar con Bogart, a agitar que no remover el Martini con aceituna, a bailar en las aceras, sin importarme la lluvia , a reír con tres hermanos locos que pedían más madera.  Y a amar. Como una danesa en el África Oriental Británico de finales de 1913.


Ya tenga un día duro, un día gris, un día rojo, puede que Tiffany no me pille cerca, pero me basta con llegar a casa, poner el play y subir por la escalera de incendios, sentarme a su lado y escucharla cantar. Y todo lo demás no importa. Solo importa la luna y la magia que allí, desde lo alto, me ofrece la ciudad de Nueva York.

Marga Cort


miércoles, 26 de marzo de 2014

LA SESIÓN DE HIPNOSIS

            Estaba sentada en la escalera mirando fijamente cuando de pronto se quedó como catatónica, sin poder moverse ni hablar.

            Su marido la llevó al hospital muy asustado. Allí no supieron lo que le pasaba, les pareció grave. La ingresaron en la UCI  hasta que se despertó gritando  horrorizada, cada vez que  cerraba los ojos se tranquilizaba.

            Les explicó a los médicos que todo lo veía en dimensiones gigantescas. En el peldaño de la escalera, donde estaba sentada, había visto una cucaracha tan grande, negra y repugnante abalanzándose sobre ella que se quedó inmóvil, sin defenderse, presa  de  pánico. Ahora le ocurría lo mismo con todo lo que veía al abrir los ojos.


            Los oftalmólogos y neurólogos más relevantes se interesaron por el caso, le hicieron  todo tipo de pruebas para averiguar lo que  ocurría y no encontraron ninguna causa. Había que darle alguna solución, tenía que seguir con su vida, por lo que los médicos  le sugirieron coserle los párpados para evitarle la sensación de agobio.

            Ella lo meditó, consultó con sus familiares y amigos, finalmente aceptó.

-“Le faltaría un sentido,  aún le quedaban cuatro con los que adaptarse. Además siempre se los podían descoser si se recuperaba”- pensó

            Justo cuando estaba en la puerta del quirófano, oyó una voz diciéndole: − “Inspira profundamente…”  Reconoció a  su terapeuta sacándola del trance. Al abrir los ojos un sol brillante entraba por la ventana de la consulta.


Maria José Roig


Cuando alguien dijo, “para la siguiente cita: escalera”, pensé que era una de las palabras con más tópicos; ya se sabe, subir al cielo o a lo más alto, o bajar al averno o a la perdición, unir estancias o separar, empujar por ellas en las películas de terror y a la vez, el lucimiento de la vedette en su descenso. ¿Habéis probado alguna vez a bajar unas escaleras mirando al frente, sin controlar los peldaños? Os aseguro que es uno de los ejercicios más difíciles. También la que te cambia la vida si te sonríe el azar, la escalera de color.
Pero a mí me sugirió otro tipo que había visto no hacía mucho.  ¿Qué os parece la que os muestro? Debe ser genial tener una así en tu casa. Prolongar tu niñez…



Amparo Soler. Marzo 2014

martes, 25 de marzo de 2014

UN APRENDIZAJE


Le tocó al tío Paco, el de enfrente, que estaba muy malito y ahora sé que era joven, no más de cuarenta.

Pues sí, murió, y al salir por la tarde del colegio, ya con la merienda en la mano y  “a poqueta nit”  fuimos todas las niñas (no más de siete años) a ver al muerto.



Esa noche, al llegar a casa, la escalera se hizo más alta y desde luego más oscura, subí lentamente, con la espalda contra la pared (por lo menos por detrás no me pillan y por delante “lo” veré venir)

A la mañana siguiente desperté y algo había aprendido, ya sé que es una pesadilla.

Mariena Tarrazó



lunes, 24 de marzo de 2014

LA ESCALERA

¡Cómo cambia la vida! Todas las casas que recuerdo, las primeras casas en las que viví, todas tenían escaleras. La de mis padres, en la casa de campo, es una escalera exterior doble que rodea a un mirador una por el este, que utilizábamos de tarde en los meses calurosos y otra por el oeste que la  utilizábamos por la mañana. Unas  escaleras cargadas de olores, de azahar en los meses de marzo y abril, de rosas en la primavera y el verano, de jazmín en las noches  calurosas haciendo su guerra particular con el galán de noche.



Otra escalera no me trae recuerdos agradables. Era la de mis abuelos maternos, supongo  que  se debía  a su longitud, tenia dos pisos y el entresuelo. Me molestaba tanto escalón, tantas vueltas y tantos olores que salían de la cocina, de una cocina donde reinaba "La Ramona", olores que solo los apreciabas cuando entrabas por la puerta de servicio, pero se ve que solo  me acuerdo de lo malo. 

La otra era ancha de mármol blanco, de un solo piso, con una ventana a mitad de su recorrido. Me encantaba, no se por qué, pero me encantaba. Sus primeros escalones eran más anchos, lo que le daba estilo un poco señorial.

La otra era la del internado ¿qué os voy a decir  de esos edificios que vosotros no sepáis? fríos, con olor a goma de borrar y sus ruidos de zapatillas de deporte  arrastrando  por su granito, esas escaleras las he olvidado y punto.

Ahora  las escaleras son otra historia, son un incordio, no sé si son de plata o de carrara, las intento rodear, evitar, alejarme, pero no las huyo.

Para mí, ahora que no juego al poker, es como una apuesta, es como un termómetro, es saber  si  estoy en aprobado, sobresaliente o suspenso  pero nunca saco cero y quiero seguir  jugando, aunque  sea  a la gallinita ciega.

Carlos Aguilar








domingo, 23 de marzo de 2014

9 DE DOWNING STREET

SU INVITACIÓN HABIA SIDO EL CLAMOR MÁS SUSURRADO DE LAS ULTIMAS SEMANAS EN LOS EXCLUSIVOS MENTIDEROS DE LA CITY LONDINENSE. NO EN VANO ACUDÍA AL Nº 9 DE DOWNING STREET ACOMPAÑADO DE SU INSEPARABLE COMPAÑERA DE VIDA, SU ESPOSA, SU TALISMÁN Y EN JUEGO ESTABA SU POSICIÓN SOCIAL, SU PATRIMONIO, SU REPUTACIÓN, CASI PODRÍAMOS DECIR QUE LA VIDA ENTERA.
TRAS LA CENA, SOLO RESTABA SUBIR LOS PELDAÑOS DEL ANGOSTO CARACOL DE MADERA QUE CONDUCÍAN A LA BIBLIOTECA Y MANTENER LA CALMA.
SIR WINSTON, CON EL HABANO ENTRE LOS DEDOS, SE PERMITIÓ BROMEAR EN LOS PRIMEROS COMPASES, DESPUES EL AMBIENTE SE FUE TENSANDO Y POR FÍN CUANDO EL MAYOR PRESTON BAILO CON PAREJAS, SUSPIRÓ PROFUNDAMENTE Y DESCUBRIÓ SU ESCALERA DE COLOR.




VIOLETA PFEIFFER

Valencia 9 de marzo de 2014
La Escalera

Escribía Don Marcelino Mendes Covadonga en el cuarto tomo de su „Introducción al estudio de la escalera” que el verdadero valor intrínseco de este objeto aparentemente sencillo y humilde sólo se revela en toda su magnitud si lo analizamos dentro de su propio campo cognitivo, comparándolo con los demás medios de desplazamiento y transporte, tanto activos como pasivos, entendiéndose por medio activo en este contexto p. ej. una locomotora, una carretilla elevadora, un trineo etc., mientras que pertenecen al segundo grupo, entre otros, un puente del AVE, la pista de aterrizaje de Castellón o precisamente una simple escalera, es decir todos aquellos objetos que sin moverse ellos mismos, posibilitan el movimiento de personas y cosas.


Ahora bien, lo que destaca a la escalera entre sus numerosos rivales transportadores es su alto destino, su orientación vertical, aquella firme mirada hacia arriba que ha sido el objetivo permanentemente perseguido por la evolución del ser humano hasta el alzamiento generalizado del homo erectus igualado por la femina erecta. Es muy probable, por lo tanto, que la escalera como símbolo visible de la idea divina de un movimiento sábiamente dirigido estuviese ya presente en la mente de Dios antes del Big-Bang. De hecho, la creación en su sentido teológico, tal y como quedó plasmado en la Divina Commedia, puede interpretarse como eterna llamada a la autosuperación y ascensión facilitada precisamente por una escalera celeste, tan inefable como ubicua, y cuya existencia atestigua Sandro Botticelli en sus impactantes dibujos, comentando la obra de Dante. Sí, la misma Santa Biblia, mediante el sueño de Jacob, nos enseña en el capítulo 28 de Génesis que lo que nos acerca a los ángeles y al mismísimo Dios del amor no es un helicóptero ni un funicular ni siquiera un ascensor, sino una modesta y sumisa escalera.


Aunque se trate sólo de un débil reflejo del amor divino, ´habrá que señalar aquí que hasta el pobre amor terrenal puede ser enriquecido por el uso de una escalera, por muy simple que sea. Cualquier Bávaro mínimamente ducho en el folclore alpino sabe por ejemplo que la tradicional actividad amorosa que podría traducirse como “Ventanear” es inviable sin los comprensivos peldaños de una escalera que permiten al ansioso amante entrar por la ventana a la habitación de la moza sin ser visto por otros miembros de la familia.

No cabe duda que fue el gran clásico alemán Johann Wolfgang von Goethe quien erigió el monumento más perfecto y conmovedor a la gloria de la escalera, en las palabras finales de su Fausto II, donde el coro proclama que lo eternamente femenino nos eleva, callándose debidamente ante la presencia implícita y mística de la escalera celeste, también eternamente elevadora y femenina.

Gerhard Ackermann