La escalera
En la asociación de
cine, con mis compañeros gafapastas,
elaborábamos críticas que se ceñían al cine ”intelectual”, turnándonos un único
pase del Babel para todos. Hablábamos durante horas de Kieslowski sacando
rebuscadas teorías acerca de la intención de sus planos. Siempre en la lucha
por la búsqueda de una vuelta de tuerca, dotábamos de simbolismo aquello que no
lo tenía. Y es que hay veces que las palomas están ahí, porque simplemente no
atienden órdenes de dirección. Pero nos daba igual. Disfrutábamos de una misma
pasión.
Y si el de autor es mi preferido, no excluye
cualquier otra categoría. Porque lo que más me apasiona en el mundo, es el
cine. En cada una de sus expresiones. Y eso lo llevo dentro desde siempre; aprendí
a fumar con Bogart, a agitar que no remover el Martini con aceituna, a bailar
en las aceras, sin importarme la lluvia , a reír con tres hermanos locos que
pedían más madera. Y a amar. Como una
danesa en el África Oriental Británico de finales de 1913.
Ya tenga un día
duro, un día gris, un día rojo, puede que Tiffany no me pille cerca, pero me basta
con llegar a casa, poner el play y subir por la escalera de incendios, sentarme
a su lado y escucharla cantar. Y todo lo demás no importa. Solo importa la luna
y la magia que allí, desde lo alto, me ofrece la ciudad de Nueva York.
Marga Cort