sábado, 29 de marzo de 2014

La escalera

En la asociación de cine, con mis compañeros gafapastas, elaborábamos críticas que se ceñían al cine ”intelectual”, turnándonos un único pase del Babel para todos. Hablábamos durante horas de Kieslowski sacando rebuscadas teorías acerca de la intención de sus planos. Siempre en la lucha por la búsqueda de una vuelta de tuerca, dotábamos de simbolismo aquello que no lo tenía. Y es que hay veces que las palomas están ahí, porque simplemente no atienden órdenes de dirección. Pero nos daba igual. Disfrutábamos de una misma pasión.

Y si el de autor es mi preferido, no excluye cualquier otra categoría. Porque lo que más me apasiona en el mundo, es el cine. En cada una de sus expresiones. Y eso lo llevo dentro desde siempre; aprendí a fumar con Bogart, a agitar que no remover el Martini con aceituna, a bailar en las aceras, sin importarme la lluvia , a reír con tres hermanos locos que pedían más madera.  Y a amar. Como una danesa en el África Oriental Británico de finales de 1913.


Ya tenga un día duro, un día gris, un día rojo, puede que Tiffany no me pille cerca, pero me basta con llegar a casa, poner el play y subir por la escalera de incendios, sentarme a su lado y escucharla cantar. Y todo lo demás no importa. Solo importa la luna y la magia que allí, desde lo alto, me ofrece la ciudad de Nueva York.

Marga Cort


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