LA ESCALERA
¡Cómo cambia la vida! Todas las casas que recuerdo, las
primeras casas en las que viví, todas tenían escaleras. La de mis padres,
en la casa de campo, es una escalera exterior doble que rodea a un mirador una
por el este, que utilizábamos de tarde en los meses calurosos y otra por el
oeste que la utilizábamos por la mañana. Unas escaleras cargadas de
olores, de azahar en los meses de marzo y abril, de rosas en la primavera y el
verano, de jazmín en las noches calurosas haciendo su guerra particular
con el galán de noche.
Otra escalera no me trae recuerdos agradables. Era la de mis abuelos maternos, supongo que se debía a su longitud, tenia dos pisos y el entresuelo. Me molestaba tanto escalón, tantas vueltas y tantos olores que salían de la cocina, de una cocina donde reinaba "La Ramona", olores que solo los apreciabas cuando entrabas por la puerta de servicio, pero se ve que solo me acuerdo de lo malo.
La otra era ancha de mármol blanco, de un solo piso, con una ventana a mitad de su recorrido. Me encantaba, no se por qué, pero me encantaba. Sus primeros escalones eran más anchos, lo que le daba estilo un poco señorial.
La otra era la del internado ¿qué os voy a decir de esos edificios que vosotros no sepáis? fríos, con olor a goma de borrar y sus ruidos de zapatillas de deporte arrastrando por su granito, esas escaleras las he olvidado y punto.
Ahora las escaleras son otra historia, son un incordio, no sé si son de plata o de carrara, las intento rodear, evitar, alejarme, pero no las huyo.
Para mí, ahora que no juego al poker, es como una apuesta, es como un termómetro, es saber si estoy en aprobado, sobresaliente o suspenso pero nunca saco cero y quiero seguir jugando, aunque sea a la gallinita ciega.
Carlos Aguilar
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