lunes, 24 de marzo de 2014

LA ESCALERA

¡Cómo cambia la vida! Todas las casas que recuerdo, las primeras casas en las que viví, todas tenían escaleras. La de mis padres, en la casa de campo, es una escalera exterior doble que rodea a un mirador una por el este, que utilizábamos de tarde en los meses calurosos y otra por el oeste que la  utilizábamos por la mañana. Unas  escaleras cargadas de olores, de azahar en los meses de marzo y abril, de rosas en la primavera y el verano, de jazmín en las noches  calurosas haciendo su guerra particular con el galán de noche.



Otra escalera no me trae recuerdos agradables. Era la de mis abuelos maternos, supongo  que  se debía  a su longitud, tenia dos pisos y el entresuelo. Me molestaba tanto escalón, tantas vueltas y tantos olores que salían de la cocina, de una cocina donde reinaba "La Ramona", olores que solo los apreciabas cuando entrabas por la puerta de servicio, pero se ve que solo  me acuerdo de lo malo. 

La otra era ancha de mármol blanco, de un solo piso, con una ventana a mitad de su recorrido. Me encantaba, no se por qué, pero me encantaba. Sus primeros escalones eran más anchos, lo que le daba estilo un poco señorial.

La otra era la del internado ¿qué os voy a decir  de esos edificios que vosotros no sepáis? fríos, con olor a goma de borrar y sus ruidos de zapatillas de deporte  arrastrando  por su granito, esas escaleras las he olvidado y punto.

Ahora  las escaleras son otra historia, son un incordio, no sé si son de plata o de carrara, las intento rodear, evitar, alejarme, pero no las huyo.

Para mí, ahora que no juego al poker, es como una apuesta, es como un termómetro, es saber  si  estoy en aprobado, sobresaliente o suspenso  pero nunca saco cero y quiero seguir  jugando, aunque  sea  a la gallinita ciega.

Carlos Aguilar








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