La Escalera
Escribía Don Marcelino Mendes Covadonga en el cuarto tomo de su „Introducción
al estudio de la escalera” que el verdadero valor intrínseco de este objeto
aparentemente sencillo y humilde sólo se revela en toda su magnitud si lo
analizamos dentro de su propio campo cognitivo, comparándolo con los demás
medios de desplazamiento y transporte, tanto activos como pasivos,
entendiéndose por medio activo en este contexto p. ej. una locomotora, una
carretilla elevadora, un trineo etc., mientras que pertenecen al segundo grupo,
entre otros, un puente del AVE, la pista de aterrizaje de Castellón o
precisamente una simple escalera, es decir todos aquellos objetos que sin
moverse ellos mismos, posibilitan el movimiento de personas y cosas.
Ahora bien, lo que destaca a la escalera entre sus numerosos rivales
transportadores es su alto destino, su orientación vertical, aquella firme
mirada hacia arriba que ha sido el objetivo permanentemente perseguido por la
evolución del ser humano hasta el alzamiento generalizado del homo erectus
igualado por la femina erecta. Es muy probable, por lo tanto, que la escalera
como símbolo visible de la idea divina de un movimiento sábiamente dirigido
estuviese ya presente en la mente de Dios antes del Big-Bang. De hecho, la
creación en su sentido teológico, tal y como quedó plasmado en la Divina
Commedia, puede interpretarse como eterna llamada a la autosuperación y
ascensión facilitada precisamente por una escalera celeste, tan inefable como
ubicua, y cuya existencia atestigua Sandro Botticelli en sus impactantes
dibujos, comentando la obra de Dante. Sí, la misma Santa Biblia, mediante el
sueño de Jacob, nos enseña en el capítulo 28 de Génesis que lo que nos acerca a
los ángeles y al mismísimo Dios del amor no es un helicóptero ni un funicular
ni siquiera un ascensor, sino una modesta y sumisa escalera.
Aunque se trate sólo de un débil reflejo del amor divino, ´habrá que señalar
aquí que hasta el pobre amor terrenal puede ser enriquecido por el uso de una escalera,
por muy simple que sea. Cualquier Bávaro mínimamente ducho en el folclore
alpino sabe por ejemplo que la tradicional actividad amorosa que podría
traducirse como “Ventanear” es inviable sin los comprensivos peldaños de una
escalera que permiten al ansioso amante entrar por la ventana a la habitación
de la moza sin ser visto por otros miembros de la familia.
No cabe duda que fue el gran clásico alemán Johann Wolfgang von Goethe
quien erigió el monumento más perfecto y conmovedor a la gloria de la escalera,
en las palabras finales de su Fausto II, donde el coro proclama que lo
eternamente femenino nos eleva, callándose debidamente ante la presencia
implícita y mística de la escalera celeste, también eternamente elevadora y femenina.
Gerhard Ackermann
Gerhard Ackermann
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